Por Javier Santiago Castillo
@jsc_santiago
El mundo está crispado. Los signos son alarmantemente peligrosos. Esta conmoción tiene su raíz en atavismos históricos, el desmedido afán de lucro de las élites económicas y la miopía de las élites políticas. En los últimos cien años se han dado tres convulsiones globales de gran impacto: el crack financiero de 1929, la segunda guerra mundial y la pandemia del Covid-19.
La primera y la segunda se encuentran vinculadas, no sólo por el tiempo, sino por lazos sistémicos, pues la guerra mundial fue, al final de cuentas, una salida a la crisis económica. En la década de los años treinta del siglo pasado se instrumentaron, esencialmente, dos políticas para enfrentar la crisis económica: el New Deal, impulsado por el presidente Franklin Delano Roosevelt, en Estados Unidos y el rearme de Alemania instrumentado por Hitler y el partido Nazi.
Las consecuencias de la segunda guerra mundial transformaron al mundo. La geopolítica con el principio del fin de los imperios coloniales, el surgimiento de la hegemonía militar y económica de los Estados Unidos y la Guerra Fría, que tuvo momentos muy candentes con las guerras de Corea y Vietnam.
Las secuelas económicas, sociales y políticas, sobre todo en Europa fueron graves. Entre 50 y 60 millones de persona fallecidas. Casi 30 fueron soviéticos; 5.6 alemanes; 6.3 polacos. A los que hay que agregar el exterminio de ciertos grupos étnicos de manera particular los judíos con alrededor de 6 millones. Adicionalmente el drama humanitario del desplazamiento de millones de personas para regresar a sus hogares. Sólo en Alemania estaban más de 7 millones de trabajadores de otras nacionalidades.
El país que emergió boyante fue Estados Unidos, como acreedor del mundo y con su planta productiva intacta. La construcción jurídica de la posguerra está marcada por las masacres y exterminio de poblaciones enteras que pusieron en el centro del andamiaje legal internacional los derechos humanos. La declaración Universal de los Derechos Humanos emitida por la ONU (1948) marcó un hito en la evolución jurídica al convertirlos en el centro de la construcción del Estado de Derecho.
Lo anterior se articula a la construcción de la democracia. La democracia liberal se transformó en democracia de partidos. Este modelo se contrapuso al de las democracias populares impulsada por los soviéticos en Europa del este.
Un aspecto relevante para reflexionar sobre las consecuencias de la catástrofe que represento la segunda guerra mundial es sin duda alguna la construcción de un nuevo pacto social en Europa. Lo que se dio al terminar la guerra fue un amplio consenso social, incluidas las élites económicas, en torno a que el estado físico y moral de la ciudadanía era un asunto de interés público, en consecuencia, era parte de la responsabilidad del Estado atenderlos.
Ese consenso coincidió con la visión, surgida antes de la guerra, pero sin fructificar de la planeación económica en los países capitalistas. Lo cual implicaba necesariamente la participación del Estado no sólo en la definición de los objetivos económicos, sino con una intervención directa en la actividad productiva a través de las empresas nacionalizadas. El ejemplo icónico es la Francia de la posguerra. Aunque en el terreno de la construcción del Estado de Bienestar el Reino Unido fue el que avanzó a pasos más acelerados, derivado del triunfo electoral aplastante de los laboristas.
Sin ser perfecto el Estado de bienestar europeo sentó las bases de la recuperación económica de la posguerra del continente y mejoró las condiciones de vida de millones de personas, que tuvieron la oportunidad de tener un techo, de vestir y comer mejor que antes del conflicto bélico.
La catástrofe de la pandemia ha cobrado un número de víctimas mortales menores a la segunda guerra mundial, pero no existe un lugar del planeta que no haya sido afectado por la pandemia y sus secuelas. Tuvo graves repercusiones económicas en todos los países del mundo. Se estima que, en 2020, la economía mundial se contrajo aproximadamente un 3,5 %.
Según el documento “Las perspectivas de la economía mundial” del Fondo Monetario Internacional, después de un el crecimiento del 6.1% del año pasado, se reducirá a 3.2% en 2022 y a 2.9 para 2023. Tampoco se avizora una disminución de la inflación. En Estados Unidos, el índice de precios al consumidor se incrementó en un 9,1% en junio, en comparación con el año anterior, en el Reino Unido 9,1% en mayo. Es la tasa de inflación más elevada de los últimos 40 años en ambos países. En la zona del euro, la inflación alcanzó en junio 8,6%, el nivel más alto desde la creación de la unión monetaria.
En las economías de mercados emergentes, la inflación en el segundo trimestre de este año ha sido de 9.8%. El aumento de los precios de los alimentos y la energía, las restricciones de la oferta en muchos sectores y el reequilibrio de la demanda nuevamente hacia los servicios han hecho subir la inflación general en la mayoría de las economías. Según el Banco Mundial en 2020 el número de pobres, como consecuencia de la pandemia de Covid-19, se estima entre 119 y 124 millones de personas.
Las consecuencias directas hasta la fecha son 6 millones 300 mil fallecidos (23 de junio) y 618 millones 500 mil contagios de 2020 a 2022 (4 de octubre). No hubo rincón del mundo que no fuera afectado económica, social o psicológicamente, directa o indirectamente, por la pandemia. Todavía está pendiente tener una evaluación precisa de las afectaciones a la salud física y mental de los contagiados.
Ante la catástrofe que representó la segunda guerra mundial las élites económicas y políticas impulsaron un nuevo pacto social, donde el eje, era la responsabilidad del Estado ante las desigualdades sociales. Lo que desembocó en la construcción de Estados de Bienestar en Europa y Estados Unidos.
Ante el desastre de la pandemia la miopía de las élites es impresionante. Lo primero obsequiando al mundo una tercera guerra mundial no declarada, porque los muertos los ponen los rusos y los ucranianos, pero es alimentada por el afán hegemónico de los Estados Unidos con el apoyo de Europa que resucita atavismos imperiales y rencores históricos de agravios del pasado. La guerra se está dando a nivel mundial en los planos diplomático, armamentista, económico, mediático, cultural y hasta deportivo.
En el otro extremo del mundo está en enfrentamiento entre los Estados Unidos y China por el predominio económico, que se han enseñado los colmillos afilados por el asunto de Taiwán, que China la considera parte de su territorio histórico.
El fondo del conflicto es que los Estados Unidos persisten en ser la potencia hegemónica militar y económica. Lo primero lo es sin duda, pero en el segundo aspecto han ido perdiendo terreno y todos los pronósticos apuntan a que será desplazado por China, quien junto con Rusia plantean un mundo multipolar, porque quieren mantener, recuperar o acrecentar sus zonas de influencia.
La confrontación económica con China y belico-económica con Rusia pone en riesgo al mundo, al colocarlo al filo de una confrontación de dimensiones impredecibles, que puede llegar a la guerra nuclear. Las expresiones de descontento entre los pueblos europeos por la crisis pueden convertirse en tormenta que afecte la estabilidad. Ya no existe el comunismo para hacerlo responsable, pero si Rusia, la enigmática enemiga histórica de muchos países europeos para hacerla responsable de todas las calamidades. Ese camino es sumamente peligroso.
La alternativa para buscar la paz es la construcción de un nuevo pacto social, cuya construcción tiene que ser global sin que nadie se espante por la participación rectora de los Estados. El eje, sin duda, debe ser la paulatina, pero consistente construcción del Estado de Bienestar en cada país.