Por Salvador López Santiago
@sls1103
Sin que suene a comercial, hace unos días vi una serie llamada “Nadie nos va a extrañar” en Prime Video. En general es una historia entretenida que se desarrolla en 1994 y trata sobre cinco amigos con personalidades muy singulares que tienen un negocio de contrabando del conocimiento, las canciones son buenas y tiene varios detalles que llegan a producir nostalgia en quienes crecimos en esa época, pero lo más significativo es que habla del suicidio y la forma en lo que lo hace provoca la reflexión, porque hasta que sucede es cuando comienzas a ver la manera en que el personaje que se quita la vida lo anunciaba y que esta persona era alguien que en teoría no tendría motivación para querer morir.
Con este punto de partida, te preguntas cuántos fueron Memo, aludiendo al “trend” que hubo en redes sociales cuando la serie salió, e incluso, te llegas a cuestionar si alguna vez, tú fuiste Memo. En honor a la verdad, nunca he estado en ese supuesto y no pasó porque tengo un círculo de confianza fuerte (pero no todos lo tienen) y porque al lado de mi mamá aprendí a querer la vida y ahora que la llevó en mi corazón, mantengo prendido el deseo de que sigamos compartiendo sueños y experiencias desde nuestra nueva forma de comunicarnos.
Sobre el plano institucional, el pasado 10 de septiembre conmemoramos el “Día Mundial para la Prevención del Suicidio”, fecha establecida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el año 2003 con el objetivo de que las naciones del mundo implementen y promuevan acciones para su prevención. Además, entre las iniciativas impulsadas desde este espacio de concientización está la correspondiente a “Septiembre Amarillo”, con el propósito de fomentar la discusión abierta sobre la salud mental y la importancia de pedir ayuda cuando alguien se encuentra en crisis durante todo el mes.
El lema para este y los siguientes dos años (2024-2026) es “Cambiar la narrativa”, y tiene como meta abatir obstáculos, como el estigma, crear conciencia y construir una cultura de comprensión y apoyo en la prevención del suicidio. En este sentido, es importante romper con dinámicas sociales que minimizan el impacto que pueden generar las afectaciones al estado de ánimo.
A pesar de que a nivel nacional e internacional se han promovido diversos esfuerzos ciudadanos, políticas públicas, proyectos legislativos y un amplio abanico de alternativas para atender este problema de salud pública que nos debería doler a todos como sociedad, las cifras advierten que estamos lejos de escenarios alentadores. Según el reporte “Suicide Worldwide in 2019”, elaborado por la OMS, en ese año se suicidaron más de 700,000 personas, es decir 1 de cada 100 muertes registradas.
En México, el panorama es igual de alarmante. Según cifras oficiales, las muertes por suicidio han aumentado en los últimos años. Mientras que, en 2017, la tasa de suicidio fue de 5.3 por cada 100 mil habitantes, para 2022, ascendió a 6.3. De acuerdo con el INEGI, en 2023, se registraron 8 mil 837 suicidios, que representaron 1.1 % del total de muertes registradas; y revela que, entre 2013 y 2023, la tasa de suicidio presentó una tendencia creciente: pasó de 4.9 a 6.8 suicidios por cada 100 mil habitantes.
El suicidio se manifiesta sin distinción entre la población. Sin embargo, cabe precisar que la sobremortalidad masculina prevalece en cada uno de los grupos de edad: ocurren más de cuatro suicidios de hombres por cada uno de mujeres; y otro dato que amerita un análisis profundo es que, en 2023, el método más recurrente de quienes cometieron suicidio fue ahorcamiento, estrangulamiento o sofocación, con 85.5 % de los casos.
El suicidio es prevenible con la detección y tratamiento oportuno, pero es fundamental que dejen de existir prejuicios y renuencia alrededor de la discusión de la salud mental y sus implicaciones, las cuales llegan a ser fatales. Según la Encuesta Nacional de Epidemiología Psiquiátrica (ENEP) 2002, en nuestro país tres de las diez enfermedades más discapacitantes son neuropsiquiátricas: desórdenes mentales, desórdenes neurológicos y uso de sustancias; y 9.2% de la población ha tenido un trastorno depresivo durante la vida.
No podemos ni debemos ser indiferentes ante esta terrible realidad y en mi opinión, algo alentador es que todos podemos ser parte de la solución si tomamos acciones desde nuestra cotidianidad. Para empezar, acudir al psicólogo o simplemente expresar nuestras emociones, debería ser parte de la normalidad; y también vale la pena ser empáticos con las personas que convivimos en el desarrollo de nuestras diferentes actividades y nunca menospreciar el dolor o la angustia de nadie.
A riesgo de sonar a espacio común, no sabemos qué historia enfrenta cada persona, no sabemos cómo es su realidad y a veces, ni siquiera la persona que requiere ayuda lo sabe o está dispuesta a recibirla. Si podemos ser el soporte de alguien, hagamos lo necesario para que encuentre ayuda con atención profesional y rehabilitación en centros especializados, o simplemente, escuchemos al de enfrente porque a veces lo único que necesita la gente es desahogarse.