Por Gilberto Salazar
En el Mercader de Venecia, Shakespeare relata el drama vivido en el juicio para resolver una disputa comercial entre un usurero extranjero radicado en Venecia (Sylock) y un próspero comerciante de esa ciudad (Antonio).
El pleito se trabó por el incumplimiento de un contrato, por la falta de pago de 3,000 ducados que Sylock prestó al amigo de Antonio, Basanio.
¿Y Antonio qué tenía que ver, si el dinero se lo prestó a Basanio?
Pues Antonio quedó como su fiador, para garantizar el cumplimiento del contrato, sin embargo, Sylock le guardaba un gran resentimiento, pues Antonio acostumbraba prestar dinero sin cobrar interés, lo cual era malo para su negocio, pues las personas con apuros financieros preferían acudir a Antonio antes que con él, por lo que estaba convencido de que lo hacía perder dinero.
Además, que era común que Antonio se expresará de la peor manera de Sylock por la forma en que se ganaba la vida, lo que era bien sabido por éste.
Pues bien, después de una larga negociación en la que no faltaron las descalificaciones e insultos mutuos, Sylock accedió a prestar el dinero solicitada por Basiano y como gesto de buena voluntad, sin cobrar ningún interés; sin embargo, impuso una sola condición: Si llegada la fecha de pago no recibía la cantidad adeudada, entonces Sylock tomaría como indemnización “una libra de carne” del cuerpo de Antonio.
Antonio accedió a ofrecer tal garantía ¿Qué podría salir mal? Absolutamente todo, de otra manera, no tendríamos ese drama de película, bueno, de teatro en ese entonces.
Incumplido el pago, Sylock emplazó a su deudor, reclamando de Antonio, la ejecución de la pena convencional, no quería el dinero, entonces exigió la libra de carne a que tenía derecho conforme al contrato que firmaron ante Notario.
Durante el juicio, el juez de la causa intentó sin éxito mediar el conflicto, para que Sylock aceptara el doble y hasta diez veces el dinero adeudado, y desistiera de su reclamo; pero Sylock fue implacable, quería desquitar su ira contra Antonio; por lo que no le quedó más que concluir que, conforme a la Ley de Venecia, debía cumplirse el contrato en sus términos.
Al escuchar que el juez le daba la razón, sabiendo que podría cobrar la libra de carne del cuerpo de Antonio, no reparó en expresar toda clase de elogios:
¡Es un Daniel quien nos juzga! ¡Sabio y Joven Juez, bendito seas! ¡Reverendísimo doctor! ¡Oh sabio y excelente juez! ¡Oh Docto y Severísimo Juez! ¡Cuánto más viejo eres en jurisprudencia que en años! ¡Oh juez doctísimo!
Sin embargo, la cosa cambió cuando vino la sentencia. En efecto, el juez ordenó que se cumpliera con la pena establecida en el contrato: Sylock podía tomar una libra de carne de Antonio; sin embargo, advirtió:
El contrato te otorga una libra de su carne, pero ni una gota de su sangre. Toma la carne que te pertenece; pero si derramas una gota de su sangre, tus bienes serán confiscados, conforme a la Ley de Venecia.
¡Ah chingá! -expresó Sylock, sorprendido pues no anticipó ese revés, y anunció al juez que ya no quería la carne, que mejor le dieran el triple del dinero y “ahí muere la bronca”. El problema es que ya se había dictado sentencia y ahora se tendría que cumplir, así como el contrato.
Al final, Sylock, se quedó sin su dinero y sin su libra de carne.
Después de eso, y aunque Shakespeare no da cuenta de ello, es muy posible que la opinión que Sylock tenía del Juez cambiara; no hay que ser muy agudo para deducir que quizá ahora pensaba que era un corrupto, y obedecía a la mafia del poder: ¡pinche juez vendido! ¡conservador! ¡fifí! y pues, ya entrados en gastos ¡…ero!
Este relato da cuenta de manera muy ilustrativa sobre la problemática que supone la labor de jueces y magistrados, y es que no hay que perder de vista que a ellos les toca resolver conflictos entre al menos dos partes; las cuales aseguran tener la razón, y pues como ocurre en la física, así como dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio simultáneamente, en un juicio, sólo una de las partes puede tener la razón.
Bajo esa premisa, las demandas (y sus contestaciones) son poco más que exposiciones retóricas que buscan convencer a quien juzga, de que la suya, es la verdad verdadera, y lo que expone su contraparte es ¡falso de toda falsedad!
Entonces al juez le toca decidir ¿Quién está diciendo la verdad?
Parece fácil, pero no lo es, pues a quien juzga, le toca determinar a quien asiste la razón en cada caso, y para ello solo puede echar mano de lo que consta en el expediente, pues no puede invocar lo que es de su conocimiento personal.
Además que existen casos difíciles, como el de la disputa de Sylock y Antonio, donde aplicar la ley ordinaria (cumplimiento de contrato), por las condiciones que contiene, implica vulnerar un orden jurídico superior (como es la Constitución); pues la vida y la integridad física de las personas, vale más que cualquier cumplimiento de contrato, pero llegar a esa convicción no siempre es fácil.
Por esa razón insisto, para ser un buen juez, se requiere necesariamente una sólida formación profesional, actualización constante, experiencia en el ejercicio de la función, y sobre todo experiencia de vida, ¡Para que no le metan goles!
Es por eso que preocupa sobremanera la forma en que se pretende que el año que viene elijamos ministros, magistrados y jueces; pues puede conducirnos a la mediatización de la justicia; y es que su selección será poco menos que un concurso de popularidad.
Ante esa realidad, que a nadie extrañe que desde ya, una vez que se publicó la Convocatoria, empecemos a ver en redes sociales a quienes aspiran a ser o a repetir; luciendo sus atributos en Instagram; sacando los pasos prohibidos o contando chistes de abogados en TikTok; compartiendo memes, fotografías o videos asistiendo a eventos sociales en Facebook, y sabrá Dios que desfiguros habremos de atestiguar.
No es que los jueces no beban, bailen o socialicen, sin embargo, ello corresponde al ámbito privado de sus vidas, y de ninguna manera debería ser un atributo a tomar en cuenta para ser electos.
Desde luego, entiendo que a muchos preocupa la falta de proyección pública, pues la mayoría de ministros, magistrados y jueces en funciones, y muchos que legítimamente aspiran a serlo, son perfectos desconocidos para el grueso de la población.
¡Quien ya bailó que se siente!
Una de las razones con las que se justificó la reforma al Poder Judicial, es el nepotismo que existe en su interior. No les falta razón.
Es cierto, la designación de ministros estuvo y sigue estando determinada por el favorecimiento de la presidencia de la República en turno, desde la cual se han impulsado históricamente a sus más cercanos afectos.
Al interior del Poder Judicial de la Federación, la situación es similar, pues tanto organizaciones civiles como mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, como el propio Consejo de la Judicatura Federal, han dado cuenta de la existencia de auténticas dinastías en su interior, que acaparan la designación de magistrados, jueces y otros puestos clave.
Si la intención de democratizar al Poder Judicial va en serio, esperamos que los Comités de Selección se aseguren de que no veamos más listas VIP de cuates de la presidencia y gubernaturas; ni a ninguno de los integrantes de esas dinastías, de quienes se presume llegaron al cargo mediante el tráfico de influencias e intercambio de favores.
Sería una pésima señal, y se confirmaría como muchos acusan, que la reforma es básicamente un “quítate tú, para ponerme yo”, si vemos entre los encartados en esas listas VIP, personajes relacionados con los linajes de antes como los Luna Ramos, Sánchez Cordero, entre otros; o de los de ahora.
¡Hay talento, falta apoyarlo!
El Poder Judicial Federal de la Federación y los de las entidades integran cientos y miles de profesionales del derecho que sin duda harían un excelente papel como ministros, magistrados y jueces; son los héroes desconocidos que desde sus posiciones, con su trabajo leal y comprometido se ocupan de hacer la talacha que sólo quienes ejercen la abogacía o laboran en esas instituciones pueden dimensionar.
Si bien las condiciones no son óptimas –pues no hace sentido que se les elija por voto popular- ojalá que oficiales, actuarios, proyectistas y secretarios de acuerdos que han buscado la oportunidad de ascender en su carrera judicial se animen a participar. ¡No pueden dar la espalda a los mexicanos y dejar paso libre a neófitos e improvisados!
¡Si hay foto, hay video!
¡Ya se la saben! por si es de su interés, pueden ver la versión cinematográfica de “El Mercader de Venecia” (Michael Radford 2005), la encuentran con el mismo nombre en tubi, mercadoplay y en vix.