Por Xanti Maliyel Nani Robles
En cada nota que brota de un arpa jarocha o en cada compás marcado por un director de orquesta, hay algo más que arte: hay memoria, pensamiento estructurado, identidad y también ciencia. Como música y educadora nacida en el corazón de Veracruz, he sido testigo de cómo el sonido puede ser, al mismo tiempo, raíz y horizonte. En la música no sólo encontramos expresión emocional o estética, sino también una forma de razonar, de investigar y de enseñar.Desde la antigüedad, grandes pensadores como Pitágoras y Aristóteles ya intuían que la música obedecía a leyes precisas. Hoy lo sabemos con certeza: las relaciones entre frecuencias que generan acordes, los patrones temporales de los ritmos y las estructuras melódicas están regidos por principios matemáticos y físicos. En otras palabras, hacer música es aplicar ciencia, aunque muchas veces sin nombrarla.
Un niño que explora por qué al tensar una cuerda cambia el sonido, está poniendo en práctica el método científico. Se plantea una pregunta, realiza una observación, modifica una variable y obtiene un resultado. Enseñar música es, por tanto, abrir una puerta al pensamiento lógico, a la experimentación, al descubrimiento. Y esa puerta debe estar en nuestras escuelas, abierta para todos.Diversos estudios en neurociencia han demostrado que tocar un instrumento o cantar en un coro activa de manera simultánea áreas del cerebro relacionadas con la audición, la coordinación motora, el lenguaje y la memoria. La música no sólo mejora habilidades como la concentración y la disciplina; también fortalece conexiones neuronales que influyen directamente en el rendimiento académico general, especialmente en matemáticas y lectura.

En este sentido, la educación musical no es un lujo ni un complemento. Es un derecho y una necesidad. Especialmente en contextos vulnerables, donde la música puede ofrecer estructura, contención emocional y una forma de canalizar la creatividad y el pensamiento crítico.
Uno de los desafíos de la educación en México y en muchas partes del mundo es lograr que el conocimiento tenga sentido para los estudiantes, que no sea una acumulación de datos ajenos, sino una herramienta para interpretar y transformar su realidad. En ese contexto, nuestras tradiciones musicales pueden convertirse en una base pedagógica poderosa.
Imaginemos una clase de física donde se analice la vibración del arpa jarocha, o una sesión de matemáticas que explore la métrica de los sones tradicionales. ¿Qué pasaría si enseñáramos principios acústicos desde la jarana o conceptos de ecología a partir de la construcción de instrumentos con materiales naturales? Esto no solo enriquecería la experiencia educativa, sino que también fortalecería el orgullo por nuestras raíces y fomentaría la conservación de nuestras tradiciones.
No podemos hablar de ciencia sin hablar de ética, de compromiso social y de identidad. La música tradicional, como la de nuestro Veracruz, es una manifestación viva de la historia colectiva. Cantar un son, bailar una pieza de zapateado o construir un instrumento artesanal es también un acto de memoria, de resistencia y de afirmación. Incorporar estas prácticas en el aula no significa folclorizar la educación, sino integrarla con un enfoque intercultural y holístico. Una escuela que canta, que toca, que investiga desde lo que le es propio, es una escuela que forma ciudadanos críticos, sensibles y comprometidos.
Como flautista y como maestra, estoy convencida de que la música es más que sonido, es ciencia, es historia, es herramienta y es esperanza. Debemos repensar nuestras prácticas educativas para dejar de ver las disciplinas como compartimentos estancos y empezar a tejer puentes entre ellas. La música, por su naturaleza interdisciplinaria, puede ser ese puente entre la emoción y el conocimiento, entre la tradición y la innovación. Porque educar no es llenar la cabeza, sino encender el alma. Y no hay chispa más poderosa que la que nace cuando una cuerda vibra, cuando una melodía florece, cuando un niño descubre, por fin, que su voz también puede ser instrumento de cambio.




