Por Danner González
@dannerglez
En el panorama político actual, marcado por la polarización y el desgaste de las instituciones democráticas, la comunicación política se ha transformado en un campo de batalla donde las palabras ya no buscan el entendimiento, sino la división. Para entender la política de hoy, debemos partir de un análisis de la crispación que domina el discurso. Este no es solo un fenómeno aislado, sino un signo de los tiempos que responde a estrategias que priorizan el enfrentamiento sobre el consenso.
La política de trincheras, caracterizada por el enfrentamiento constante, es un reflejo de una sociedad que demanda espectáculos, más que soluciones. La gente espera sangre en la arena, como si de un coliseo romano se tratara. Los líderes políticos, conscientes de este fenómeno, han adoptado una estrategia que busca arengar a los militantes más fervientes, consolidar a los fieles, en lugar de abrir espacios para convencer a aquellos que no están de su lado. Esta táctica, aunque eficaz en el corto plazo, tiene consecuencias profundas.
Uno de los mayores peligros de esta política de trincheras es que la fidelización de los leales aleja a aquellos que no comparten la misma visión. La política deja de ser un espacio de encuentro y pluralidad para convertirse en un terreno donde la palabra es incómoda, y la diversidad de opiniones, una amenaza. Los que no están convencidos, aquellos que ya están hartos de la política tradicional, se ven aún más alejados de un sistema que no parece interesado en escucharlos, sino en consolidar sus trincheras.
En tiempos de crispación, las emociones toman el control del discurso. Sin embargo, el gran desafío es que las emociones, a diferencia de las ideas, no pueden negociarse. Sobre emociones es imposible ponerse de acuerdo, porque entonces no podemos debatir racionalmente eso que nos afecta en lo profundo. Hay otro problema: las palabras, que deberían ser el principal vehículo para el entendimiento, tienen una fecha de caducidad cada vez más corta. En un entorno donde el mensaje cambia con rapidez, donde cada declaración puede contradecir a quien la hace en cuestión de horas, producto de los acuerdos de la realpolitik, se debilita cada vez más la capacidad de construir una narrativa coherente.
Esta inestabilidad discursiva no solo afecta la comunicación entre líderes políticos y ciudadanos, sino que revela una carencia más profunda: las debilidades conceptuales y de construcción de proyectos de país. Sin una idea clara y consistente de hacia dónde se quiere llevar a una nación, la comunicación política se convierte en una herramienta efímera, que busca satisfacer las demandas inmediatas de la opinión pública en lugar de trazar una visión de futuro.
En conclusión, la política actual se ha convertido en un campo de enfrentamiento donde las palabras son armas que se usan para crispar, más que para construir puentes. La estrategia de fidelizar a los ya convencidos puede ser efectiva en el corto plazo, pero corre el riesgo de alejar a aquellos que están desencantados con la política, y a largo plazo, debilita la capacidad de construir un proyecto inclusivo y sostenible para el futuro de cualquier país.