Por Javier Santiago Castillo
@jsc_santiago
Los análisis de un triunfo electoral a posteriori no son ejercicios vacuos si se realiza el esfuerzo de utilizar una visión multicausal. El triunfo de Donald Trump en la elección presidencial es resultado de un complejo entramado de factores externos e internos a la vida estadounidense.
En el mundo existe una ola creciente de simpatía del electorado por los partidos y líderes derechistas. A Diversos analistas les sorprende que este fenómeno se presente en países considerados como democracias consolidadas. Particularmente en esas naciones se ha dado un desmantelamiento silencioso y paulatino del Estado de Bienestar, acompañado del descredito de las clases políticas tradicionales, ya sea por ineptitud para gobernar, al no atender las causas del malestar social, abusos de poder y por corrupción.
Por esas razones existe un desgaste generalizado de las clases políticas tradicionales, que en buena medida explican la crisis generalizada de la democracia representativa. Por otra parte, en las democracias consolidadas la izquierda se ha desdibujado. Se ha olvidado de las causas sociales. En los países europeos, la socialdemocracia se ha convertido en administradora de las políticas globalizadoras o, prácticamente, ha desaparecido del espectro electoral.
La ultraderecha ha mantenido a lo largo de décadas un discurso de crítica a la democracia liberal coherente en sí mismo. Esa tenacidad retórica ha encontrado un terreno fértil en el disgusto social por las políticas económicas globalizadoras que han acrecentado la desigualdad social.
Por otro lado, la ultraderecha ha despertado aspectos negativos del inconsciente colectivo como son los nacionalismos extremos, la identidad nacional definida por las características étnicas, lingüísticas y uniculturales, que han desembocado en un racismo delirante. El renacimiento del espíritu colonial de la mayoría de los países europeos tiene su expresión más evidente en la actitud social antiinmigrante, como rechazo al otro, al que es diferente.
En el caso de Estados Unidos, desde fuera, existe una percepción generalizada equivocada, al considerarlo como un país homogéneo, social y culturalmente. Se pierde de vista que son producto de olas de inmigrantes no sólo diferenciados cultural y lingüísticamente, sino hasta con rivalidades derivadas de los conflictos europeos desde el siglo XVI al XX.
Según la tesis sostenida por el historiador Colin Woodard ese proceso trajo como consecuencia, lo que él llama “once naciones diferentes”, que en realidad son once regiones marcadas por diferencias históricas y culturales disímiles. La mayoría de ellas marcadas por tradiciones religiosas y culturales conservadoras, que tienen como denominador común un acendrado individualismo.
Por otro lado, en otras regiones también se desarrolló un proyecto comunitario con el fin de construir una ciudadanía republicana por medio de instituciones y normas “… Que hacen posible que los individuos sean libres y permanezcan libres.” Es lo que podríamos llamar los Estados Unidos republicano y cosmopolita. Al ver el mapa de los resultados electorales nos hace pensar que la tesis de Woodard es un elemento sólido que considerar para entender estas elecciones
A grandes rasgos, lo anterior lo podemos considerar el sustrato social y cultural en el cual se desarrollaron las elecciones presidenciales estadounidenses, que indudablemente fue un factor favorable para Donald Trump. Los otros factores propicios a esa candidatura son el olvido de las élites políticas, de las necesidades sociales, la situación, pero sobre todo la expectativa económica y las estrategias de campaña de los republicanos y los demócratas.
Con relación a la economía, lo primero a señalar es que la percepción social del primer gobierno de Trump es de que fue estable, sobre todo por la contención de la inflación. Aunado a lo anterior, el discurso de campaña sobre este tema fue claro al prometer disminuir los impuestos a la clase media y proteger los empleos por medio de políticas arancelarias duras de productos extranjeros, en particular chinos, y restringir la salida de empresas estadounidenses.
En cambio, a pesar de un incremento en la creación de empleos, en la primera mitad del gobierno de Joe Biden, la inflación en Estados Unidos llegó a un 9.1%, la máxima registrada en 40 años. La estrategia de la Reserva Federal para disminuir la inflación elevó el costo de las hipotecas y otros créditos. Sin embargo, para septiembre de 2024 la inflación disminuyó a 2.4%, pero ya era tarde para influir positivamente en el electorado.
En la percepción social, el desempeño económico de Trump fue más positivo que el de Biden. Así lo reflejó una encuesta de Gallup, en que el 54% de los votantes creía que Trump podía manejar la economía mejor que Kamala Harris.
El tema de la migración era muy importante para 7 de cada 10 votantes. La política antiinmigrante de Trump tal vez sea la más relevante mediáticamente y está caracterizada por plantear y realizar medidas drásticas. Ha enarbolado una bandera falsa de hacer responsables a los inmigrantes de la delincuencia y de quitarle empleos a los estadounidenses y prometió “sellar” las fronteras y realizar “la mayor deportación en la historia de Estados Unidos”.
Los demócratas quedaron vulnerables ante el dato de que durante los tres primeros años del gobierno de Biden había ingresado 6.3 millones de migrantes por la frontera sur. Trump hizo responsable a Kamala Harris, como vicepresidenta, de ser una de las responsables de la migración irregular.
En el primer mandato de Donald Trump se comprometió a no iniciar nuevas guerras con otros países y mantuvo su promesa. En esta campaña se convirtió en el candidato “antiguerra”, al prometer que pondría fin a la guerra en Ucrania en 24 horas. Esta postura fue compartida por quienes no están de acuerdo en el elevado gasto militar.
Otro factor fueron los vaivenes del Partido Demócrata en la postulación del candidato Joe Biden, con síntomas de decrepitud y su resistencia a hacerse a un lado se convirtieron, a partir del debate, en signos de la inviabilidad de su candidatura. Entonces optó por renunciar y apoyar a Kamala Harris como candidata, pero el tiempo político perdido ya no se pudo recuperar. Pero, tal vez, lo más relevante sea lo expresado por Berny Sanders de que si el Partido Demócrata había abandonado a los trabajadores, no deberían sorprenderse de que los trabajadores abandonaran al partido.
El electorado fiel a Trump, en que la mayoría son blancos (81%) y sin estudios universitarios (77%) considera que la discriminación contra los blancos es igual o peor que contra los negros (71.6%). Por otra parte, el 51% de la población blanca nativa cree que está siendo desplazada por los inmigrantes.
Este electorado comparte plenamente el eslogan de “hacer grande a Estados Unidos otra vez”, la novedad de este proceso electoral se encuentra en que Trump logró atraer nuevos votantes de minorías tradicionalmente demócratas, negros e hispanos. El caso de sus partidarios cristianos ultraconservadores es diferente, pues Trump ha coincidido con ellos en el tema de revocar el derecho al aborto. Aunque hasta que no culmine el conteo de los votos, se tendrá claridad sobre la dimensión del respaldo popular a Trump.
Trump, como todo candidato será diferente como presidente, habrá promesas que cumplirá y otras que no. Además, la coyuntura de 2025 no será la de 2016. El mundo está convulso y en transformación. La confrontación geoeconómica y geopolítica más delicada será con China. El tema de las guerras es complicado, porque tendrá que enfrentar los intereses del complejo militar industrial que tiene una gran influencia política y económica.