Por Javier Santiago Castillo
@jsc_santiago
“Es la economía, estúpido” era una frase más de la triada en un cartel en las oficinas centrales de la Campaña de Bill Clinton en 1992. Pronto se convirtió en el eslogan de la campaña ganadora, frente a un George Bush que parecía imbatible (su popularidad llegaba al 90%) ante lo que se consideraban sus éxitos por ser la cabeza del mundo libre que había derrotado al comunismo con la desaparición de la Unión Soviética y vencido a la encarnación del mal, Sadam Husein, en la guerra del Golfo.
Clinton y sus estrategas entendieron, más allá del triunfalismo militarista, que existía una soterrada irritación social producto del deterioro del nivel de vida de los estadounidenses. Eso se debía a la política económica de los republicanos. El malestar era producto del mal manejo de la economía.
En buena medida el electorado estadounidense, ayer voto por Clinton porque era la alternativa económica, hoy votó por Trump por la misma razón, perdonando todos sus excesos mundanos con la esperanza del regreso al “sueño americano” que comprende tener casa, auto, educación para los hijos y vacaciones: una vida cómoda.
En el caso de México también pesó la economía, no la de las cifras de la macroeconomía, que ocultan las desigualdades sociales como el ingreso “per capita”. El argumento económico de peso fue el de la “economía del bolsillo”, esa que impactó el ingreso de los asalariados o ayudó a la supervivencia de los marginados.
El mundo en 2024 no es el de 1992, pero la causa esencial de la molestia social continúa encontrándose en las acciones económicas que contribuyen a ampliar las brechas de a desigualdad. Los males económicos se le adjudican al proceso globalizador y el discurso antiglobalizador de la ultraderecha le está rindiendo frutos electorales. El equilibrio económico actual lo construyeron las economías desarrolladas con la hegemonía de los Estados Unidos, porque les convenía, porque sus empresas obtuvieron más ganancias.
La aparición de China como potencia económica ha cambiado el escenario. De ser una maquiladora de mano de obra barata, ha pasado a ser la fábrica del mundo, con una gran capacidad competitiva en precio y calidad. Los flujos comerciales de hoy no pueden dejar de lado a China. El que la Unión Europea acompañe a Estados Unidos en las sanciones económicas a China ha contribuido al desajuste de la economía alemana, la más importante de la Unión.
Las cifras sobre el futuro económico mundial coinciden en que será estable, pero difieren en el monto. El Fondo Monetario Internacional proyecta para 2024 y 2025 un crecimiento del PIB mundial del 3.2%; el promedio de la inflación en 2023 fue del 6.7%, será de 5.8 en 2024 y 4.3 en 2025. En cambio, el Banco mundial pronostica un incremento del PIB de 2.6% y la inflación será de 3.9%. Lo paradójico y alarmante es que el promedio de la inflación va en descenso y el incremento de los precios en alimentos en ascenso y México no es la excepción de esa tendencia.
Los organismos económicos internacionales hablan de estabilidad económica, pero sin eufemismos la economía mundial tiene riesgos de estancamiento. Es necesario tomar en consideración un hecho que agudiza la coyuntura: el escalamiento en la confrontación entre Rusia y Ucrania, que peligrosamente se acerca a una confrontación militar entre las grandes potencias.
La decisión del presidente Biden, a casi un mes de abandonar el poder, de autorizar a Ucrania utilizar los misiles de largo alcance para bombardear objetivos en Rusia y el uso de minas antipersonales sólo se explica por su intención de comprometer a Trump con esa guerra para beneficiar al complejo industrial militar. Además, el Reino Unido contribuye a incrementar la tensión al autorizar se utilicen sus misiles para bombardear Rusia.
Ante este escenario de confrontación política, económica y militar, el manejo de la economía mexicana se complejiza. El otro factor que incide en ese manejo es interno y lo constituye la herencia de las acciones del gobierno Lopezobradorista, que oscilaron entre la deficiente planeación, el voluntarismo, las prisas y la improvisación.
El primer instrumento de política económica es, sin duda alguna, el Presupuesto Federal (PEF) y su elaboración para 2025 ha enfrentado dificultades. La cobija es chica, si se jala de un lado se descobija el otro. Así lo mostró el “error” en la disminución presupuestal de las universidades públicas.
No se requiere ser un especialista en finanza pública para entender que los ingresos deben, en primer lugar, alcanzar para los gastos indispensables de funcionamiento del Estado: Educación, Salud, Construcción y mantenimiento de obras de infraestructura. Si los ingresos no alcanzan se recurre a contraer deuda o se incrementan los ingresos.
Derivado del conflicto comercial entre los Estados Unidos y China y la oportunidad que se presenta a México con la relocalización de empresas trasnacionales en nuestro suelo, se han hecho evidentes las deficiencias que tiene el país en infraestructura, energía, vías de comunicación y agua. Las cuales son herencia de los gobiernos de treinta años atrás.
Las grandes obras del anterior gobierno se dirigieron a atender esas carencias, pero se caracterizaron por una deficiente planeación, que fue uno de los factores del incremento en el costo originalmente programado. Lo anterior, aunado al rescate de Pemex y la CFE, incrementaron la deuda y el déficit público en el último año del anterior gobierno.
Enfrentar las deficiencias heredadas del pasado neoliberal y del gobierno Lópezobradorista llevan a que el nuevo gobierno enfrente una situación delicada, agravada por el contexto internacional. En este tenor debemos analizar el presupuesto del primer año del nuevo gobierno.
Los objetivos macroeconómicos del presupuesto son evitar que la deuda pública, cuyo costo financiero para 2025 es de 1.38 billones de pesos (5.4% más que en 2024) y, el déficit fiscal, que se intenta disminuir de 5.9% del Producto Interno Bruto al 3.9%, empujen al país a la insolvencia y, en consecuencia, a una crisis económica parecida a las de 1976 o 1982 que hundieron al país en la desazón. Por su parte, la inflación disminuye en general, pero los precios de los alimentos se incrementan sobre el promedio general.
Por otro lado, también están la terminación de las grandes obras inconclusas del anterior gobierno y mantener las políticas sociales, altamente redituables en legitimidad para la 4T y, ahora, dar mantenimiento a la infraestructura del país abandonado por el anterior gobierno.
Atender a esas necesidades ha llevado a endurecer la austeridad gubernamental, al grado que la inversión pública disminuya un 14%; salud 11% que representa 2.5% del PIB, cuando la OMS recomienda el 6%; educación 1.2%.
Este es el telón de fondo con el cual la presidenta Claudia Sheinbaum asistió a la reunión del G-20 donde la estrategia fue tender puentes con Europa y América Latina. Además, al sentarse a dialogar con Xi Jinping, independientemente de que no hayan acordado nada, simbólicamente envía el mensaje de que México no esta cerrado a ampliar sus horizontes comerciales.
La reacción no se hizo esperar por boca de Justin Trudeau, primer ministro canadiense, al advertir que el T-MEC podría convertirse en un tratado bilateral Canadá- Estados Unidos que además comparten intereses geopolíticos. El revire de Sheinbaum fue de que México fabricará lo que importa de China, está por verse si se tiene la capacidad de inversión e industrial.
Para México, la ruptura del T-MEC sería grave, pero es un riesgo latente. Por eso se debe buscar el multilateralismo comercial acompañado de una política que promueva la solución pacífica de los conflictos bélicos actuales. La proactividad en la diplomacia política y económica se convierte en una herramienta de gobernabilidad interna.
Las políticas económicas transitan por los laberintos de la política, pero vivimos una coyuntura en que decisiones erróneas en economía pueden arrastrar a la política al desasosiego social.