Efrén Calleja Macedo
@lem_mexico
La frase “en el interior de la República” era una muletilla de los locutores radiales para aceptar con empatía condescendiente que sí, que había vida más allá de la capital; que “la provincia” mística, paisajística, folclórica y a medio civilizar merecía ser incluida en la idea de patria. Sin el valor de la urbe, por supuesto, pero con sus virtudes coloridas, escandalosas, terregosas y, en fin, pueblerinas.
Con el tiempo, la corrección política instauró otras fórmulas para desamorfizar la idea de país. Ahora, por ejemplo, es común escuchar “en los estados de la República”. Pero la idea persiste, todo lo que está fuera de la capital es “el interior”. Quizá hay alguna metáfora colonial oculta en esa visión del territorio: la metrópoli se delimitaba, urbanizaba y ornamentaba con todo lo que salía de la bolsa territorial expoliada. Sólo había que meter la mano —o el arcabuz— en la geografía correcta para extraer lo que hiciera falta. Aunque, como lo utilizaron tantos gobiernos en tantos lugares, “el interior” también puede ser el intermitente ánima nacional que da vitalidad y persistencia a la maltratada patria.
Esa trama interna —tanto en el sentido de urdimbre como en el de argumento— es lo que guía El interior (Malpaso, 2014), de Martín Caparrós: “La Argentina es un invento, una abstracción: la forma de suponer que lo voy a cruzar de ahora en más conforma una unidad. La Argentina es una entelequia: casi tres millones de kilómetros de confusiones, variedades, diferencias, inquinas y querencias y un himno una bandera una frontera mismos jefes y, a veces, mismos goles”.
A punto de iniciar el trayecto que narrará durante 684 páginas impecables en su capacidad de reunir formas, fondos y finezas, Caparrós —casi sartreano— explicita en el sexto párrafo que para el cronista la materialidad de la presa es un pretexto inevitable, lo importante es la incertidumbre de la caza: “Vecinos, conciudadanos, tengo una mala noticia para darles: nos pasamos la vida haciendo equilibrio en una línea inexistente. Somos una línea inexistente. Si estamos en Buenos Aires tenemos dos opciones: de un lado está el interior, del otro el exterior; podemos ir al interior o al exterior. Si el interior y el exterior juntos forman un todo, entre los dos no hay nada: somos nosotros esa nada. Siempre lo sospechamos —y por eso, quien les dice el tango”.
Es decir, el cronista va en pos de las formas de la nada. La nada que habita y posibilita o, según el acontecer histórico, resiste y rechaza.
Esa búsqueda es la puesta en práctica de la idea de crónica que el propio Caparrós expresó en Lacrónica —obra que reúne sus trabajos periodísticos y las reflexiones en torno al género—: “Quizá la definición de lacrónica que más me gusta es una que no he escuchado todavía: un texto periodístico que se ocupa de lo que no es noticia, de lo que no forma parte del periodismo de actualidad. Lacrónica intenta mostrar en sus historias, en sus vidas, las vidas de todos, de cualquiera, lo que les pasa a los que también podrían ser sus lectores.
”Aunque también podría hacerse una lacrónica sobre un hecho que está en la tapa de todos los diarios. Entonces, habría que intentar otra definición: lacrónica es un texto periodístico que intenta mirar de otra manera eso que todos miran o podrían mirar”.
Eso es lo que hace En el interior, durante el recorrido de “veintitantos mil kilómetros” al volante de Erre por las 22 provincias argentinas. Por ejemplo, las formas de la identidad: “Concordia aparece en todos los discursos —incluso alguno del señor presidente— como la ciudad más pobre de Argentina. No es un honor. […] Peor sería no ser nada o una de las diez ciudades más violentas”.
O la teoría política dictada desde “un loft de cien metros cuadrados en el medio del parque” con todos los lujos necesarios para tal espacio, en Santa Cruz: “Yo lo decidí, yo lo manejé y les ganamos. Obvio que después lo pagamos con recursos del estado. ¿Con qué lo iba a pagar si hubo un momento que yo debía un millón y medio de dólares […]? Eso se paga con negocios del estado.
Todo está en el interior: la naturaleza, los desacuerdos locales, las ofensas históricas, los señores feudales, los jóvenes emprendedores, la religiosidad diversificada… porque, concluye Caparrós, “todo está en la mirada, o sea: en todo está en todos lados”, y en LEM estamos de acuerdo con el cronista.
- artículo originalmente publicado en el Periódico “El Popular” (que puede consultarse en el siguiente enlace: https://www.elpopular.mx/2018/10/01/opinion/todo-esta-en-la-mirada-190686)