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Efrén Calleja Macedo

@lem_mexico

 

¿Cuántos tonos del eco habitan en la voz del cronista?, ¿cómo adquiere su relato la capacidad de singularizar la historia en términos de lenguaje, estilo y relación con la otredad que lo acepta mientras lo esquiva y lo enfrenta?, ¿de qué arcón narrativo extrae las virtudes y las incertidumbres para equilibrar el retrato existencial de sus personajes?

Hoy que la pócima del story telling funciona como anuncio genérico de “se maquilan historias y se higienizan anécdotas” (versión literaria de “se hacen amarres y se curan dolencias”), Alberto Salcedo Ramos honra los gozos que la crónica comparte con la tormenta del box y la calma de la cotidianidad: en todos los encuentros —sin importar los entrenamientos ni las predicciones— hay que improvisar.

De eso están tejidas las diecinueve crónicas de Viaje al Macondo real y otras crónicas (Pepitas de calabaza, 2016), de entrenamiento, improvisación, enfrentamiento cuerpo a cuerpo, búsqueda de distancia y quebrantos inesperados. Todo marcado por un ritmo narrativo que se contiene, se desboca, se aletarga y se entrecorta sin perder la tensión. Cada personaje es una cadencia, y la suma de acompasamientos trama la armonía suprema que une las existencias vicarias del cronista.

En “La travesía de Wikdi”, la primera crónica del libro, Salcedo Ramos detalla el recorrido de ocho kilómetros que comparte con un niño indígena colombiano para acompañarlo de su casa a la escuela a través de territorio paramilitar: “Hemos caminado por entre un riachuelo como de treinta centímetros de profundidad. Hemos atravesado un puente roto sobre una quebrada sin agua. Hemos escalado una pendiente cuyas rocas enormes no dejan espacio para introducir el pie. Hemos cruzado un trecho de barro revestido de huellas endurecidas: pezuñas, garras, huellas humanas. Hemos cruzado por una cuesta invadida de guijarros filosos que parecen a punto de desfondarnos las ropas. Ahora nos aprestamos a vadear una cañada repleta de peñascos resbaladizos. Un vistazo a la izquierda, otro a la derecha. Ni modo, toca pisar encima de estas piedras recubiertas de cieno. Me asalta una idea pavorosa: aquí es fácil caer y romperse la columna. A Wikdi, es evidente, no lo atormentan estos recelos de nosotros, ‘los libres’: zambulle las manos en el agua, se remoja los brazos y el rostro”.

Este reconocimiento puntual de las características del territorio que se camina es un valor de Viajes al Macondo real: el cronista siempre distingue las singularidades y los horizontes de las geografías emocional, física, amorosa, alimenticia… cada persona es una cartografía única.

Así, Salcedo Ramos detalla los senderos y las bifurcaciones que hicieron extraordinaria la existencia de seres que personifican la resistencia y parecen predestinados a repetir la trayectoria del héroe trazada por Joseph Campbell: Rocky Valdez, pugilista cartagenero, ejemplo del exilio al gran mundo exterior y el glorioso retorno a las raíces; Juan Sierra, “hombre de metáforas” y palabrero de la cultura wayúu; Emiliano Zuleta, autor de “La gota fría”, charlista incansable y bebedor de mujeres y ron; Guillermo Velásquez, árbitro acostumbrado a golpear jugadores que fue expulsado de un partido porque el público prefirió ver jugar a Pelé; Darío Silva, el goleador que perdió su pierna derecha y cumplió su sueño infantil de ser ranchero; Lupe Pintor, el boxeador mexicano de palmas amorosas que sumó a su historial un accidente fatal en el ring.

También están Ana Lizeth, empresaria hondureña que hizo de las tortillas el estandarte del progreso; Salomón Noriega Cuestas, Chivolito, bufón de velorios, narrador de tragedias y vendedor de lotería; Las Regias, equipo de futbol conformado por travestis que encuentran en la cancha un espacio para la solidaridad, el exhibicionismo y la diversión; Víctor Regino, boxeador que regresa como víctima al ring sólo para reabrir su negocio de traperos; Amancio Castro, púgil de biografía llena de imposibles… y la lista sigue.

En LEM creemos que si la geografía detallada en la primera crónica muestra el acompañamiento vivencial llevado a cabo por el cronista para construir sus relatos, también de ahí puede extraerse una conclusión aplicable al devenir de los protagonistas: “Sobrevivir en la trocha de Arquía, después de todo, es un simple acto de fe. Por eso, supongo, Wikdi permanece a salvo al final de cada caminata: él nunca teme lo peor”.

*Centro de producción de lecturas, escrituras y memorias (LEM)

lem.memoria@gmail.com

  • artículo originalmente publicado en el Periódico “El Popular” (que puede consultarse en el siguiente enlace: https://www.elpopular.mx/2019/01/21/opinion/cronicas-de-la-trocha-existencial-197340)
Efrén Calleja Macedo

Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Veracruzana (UV), Maestro en Gestión Cultural por el Instituto Universitario Ortega y Gasset campus México y Maestro en Diseño y Producción Editorial por la Universidad Autónoma Metropolitana campus Xochimilco (UAM-X), durante poco más de dos décadas ha acompañado, conceptualizado, desarrollado y materializado propuestas de contenido para editoriales, instituciones gubernamentales, organismos descentralizados, festivales, ferias del libro, universidades, autores independientes, museos, organizaciones internacionales, centros de salvaguardia del patrimonio y empresas de muy diversos ámbitos.