Por Golondrina Viajera
@nuezgolondrina
Admitámoslo: Nuestras vidas privadas son un franco desmadre. Las relaciones duran un abrir y cerrar de ojos. Somos la generación del úsese y tírese. Acumulamos derrotas, fracasos, metidas de pata. Nos aferramos a un recuerdo, a las sensaciones de lo que una vez fue bueno. Estamos cosidos por la misma música tendida, advirtió Huidobro el poeta. Por eso apilamos ropa, zapatos, libros, discos, cosas que luego se vuelven intrascendentes, que quizá no volvemos a usar ni a ver siquiera, pero cuya existencia nos da la tranquilidad de saber que hemos ido desbalagando por nuestro hogar, caos privado, pequeños asideros sobre el mundo.
Hace unos días intenté ver la serie en Netflix de Marie Kondo que triunfa en todo el mundo occidental. No soporté ver más de medio capítulo. ¿De verdad estamos tan mal que necesitamos que venga una japonesa a decirnos lo que nuestros padres nos repitieron hasta el cansancio toda la infancia y la adolescencia? ¿De verdad ustedes no limpian sus casas y no conservan en ellas cierto orden? Y si nunca les hicieron caso a sus padres, ¿por qué ahora le hacen caso a una menudita mujer que ni siquiera habla su idioma? Me pregunté mientras veía a una pareja de estadounidenses poner en práctica el método Konmarie.
Tuve una pregunta más antes de suspender la reproducción del programa: ¿Por qué si Marie Kondo es minimalista, tiene una camioneta de ocho cilindros que contamina el planeta y una asistente que camina detrás de ella cargándole el paraguas bajo la lluvia? La política de Marie Kondo es simple: si no te hace feliz, deshazte de la cosa. Su visión es cortoplacista y engañosa: te hace creer que te ayuda a liberarte de los lastres de tu vida, pero no te enseña a seleccionar para el futuro. No parece detenerse en el viejo proverbio de enseñar a pescar, comprar en este caso.
¿Cómo elegimos los enseres de cocina, la ropa, los accesorios, el arte, los libros, la vida? Seamos honestos. Nos guiamos por impulsos. Nuestro tiempo tiene una premisa: el consumismo quita el estrés.
Si Borges se enorgullecía de los libros que había leído, Marie Kondo más que de los libros que ha leído, se enorgullece de los libros que ha tirado. Dice que ninguna casa debe tener más de treinta libros. Las bibliotecas no tienen razón de ser en su lógica del orden. Sería romántico pensar que Kondo se inspira en Arcimboldi, ¿o era Amalfitano?, ese personaje de Roberto Bolaño que lee libros en la carretera para luego tirarlos por la ventanilla del automóvil en marcha una vez que los ha terminado. Pero no soy ingenua, la fragilidad del método Konmarie no resistiría una lectura de un libro de más de 500 páginas y cuyo ejemplar, pesa más de 2 kilogramos.
Marie Kondo habla de sus hijos, pero no los vemos. Habla de su aniversario, que celebra durante un día de rodaje de un episodio de Netflix y remata: pero hoy no estamos juntos. El minimalismo no le alcanza para construir relaciones sólidas, para anteponer su celebración de aniversario al tiradero de cosas de otras casas. Antes muerta que sin rating.
Estamos mal como sociedad, me repito mientras sigo pensando en la fragilidad del método Konmarie y la urgencia humana de agarrarse de algo que nos saque del aburrimiento, de las relaciones rotas, de la vida chafa que nos ha tocado. Marie Kondo es una estafadora profesional, y como todos los estafadores, triunfa hoy por todo lo alto. Pero no por mucho tiempo, Marie Kondo, ya pasará, disfrútalo, pasará, como todo.