Sabor es Polanco
Golondrina Viajera
@nuezgolondrina
Los días sábado 18 y domingo 19 de mayo tuvo lugar un festival muy fifí en el Campo Marte, denominado Sabor es Polanco. Este encuentro va ya por su sexta edición, pero les puedo decir que cada año se pone mejor. En esta ocasión, el costo fue de mil seiscientos pesos por persona el día del evento, aunque los boletos podían adquirirse con antelación en diversos restaurantes participantes en este que es, para mi gusto el festival gastronómico más importante de la Ciudad de México. El costo incluye una copa que les permite catar todos los vinos que gusten y un plato que les permite ponerse un festín de antología que ni Gargantúa y Pantagruel hubieran imaginado.
Apenas llegamos un grupo de amigas y yo y ya nos estaban dando la bienvenida con unos Apperol Spritz, que para el calor fueron lo más indicado. Como moríamos de hambre, corrimos de inmediato a una parrilla de Sonora Grill, en donde nos ofrecieron un corte. De paso se nos pegó una cerveza Stella Artois y un mezcalito cuya marca ahora no recuerdo. Debo hacer un paréntesis para señalar que si hay una bebida que tiene un montón de stands para degustarse, ese es el rey de lo que hoy está de moda: el mezcal. A mí me gusta desde antes que se pusiera de moda, lo tomo desde hace muchos años, cuando costaba veinte pesos el litro, a diferencia de lo que vale ahora y más en estos lugares sibaritas que ustedes y yo frecuentamos. Lo bueno es que en Sabor es Polanco era gratis, así que ya se imaginarán cuántos nos tomamos, de Montelobos, de Cómplice, de Los Danzantes y de todos los que pudimos y quisimos.
El recorrido gastronómico incluyó una parada en el stand de Harry’s, Alfredo di Roma, Galanga Thai Kitchen que es, mención aparte un shock sensorial. Yo no sé si ustedes sean fanseses de la cocina tailandesa, pero a mí no solo me encanta, sino hasta podría decirles que me conduce a un éxtasis que raya en lo sensual que para qué les cuento. Nos detuvimos escuchando alguna cata, probamos chocolates, helados de Moyo, jamón serrano y embutidos varios, tlayudas oaxaqueñas y mezcales, más mezcales, y luego vinos, muchos vinos, hasta que ya casi no podíamos más.
Con el exceso comilón y bebelón hicimos una pausa para recrearnos en una nueva bebida que les recomiendo y que responde al nombre de Corajito, es algo así como un carajillo, pero con la salvedad de que tiene en su preparación un café de primera y un licor que no es tan dulce como el de 43. Decidimos maridar los Corajitos con unos puros de Tomás Virrey, que es un maestro tabacalero de San Andrés Tuxtla –¿de dónde si no?– a quien debemos dos marcas mexicanas de primera: Bucareli y Comandante. Yo personalmente amo los Comandante y quizá este sea el momento para insistirle a Tomás que debe cambiar esa anilla dorada que le puso recientemente a los Comandante. ¡Es infame! Nada como la anilla anterior, con las barbas de la revolución y la bandera cubana a los lados. Te lo hemos dicho mucho, Tomás, entiende, vuelve a los orígenes. Por lo demás, los puros estuvieron de primera, como siempre.
Para entonces eran ya las siete de la tarde y empezaron a cerrar los puestos. La gente estaba muy malita, ¡hay que ver cómo beben! Todavía alcanzamos a ir por unos churros de El moro y a pedirnos otros Corajitos para acompañarlos. Salimos cantando y bailando, ¡qué bueno que no nos grabaron, porque seguramente fuimos las más desfiguradas de tan fifí y gourmet evento, pero eso sí, también fuimos las más felices!
Nos leemos en la próxima. Disfruten y recuerden que la vida es como la ciruela, ¡pasa!