El llamado de la ONU para 2050
Por Salvador López Santiago
@sls1103
Antes del año 2000, la raza humana ya había superado al menos “10 fines del mundo”. Desde esa fecha hasta la actualidad, hemos superado al menos otras tres supuestas fechas fatales para la humanidad: el 1º de enero de 2000 se decía que, con el cambio de milenio, las computadoras estarían listas para sumergir a la humanidad en un caos; el 6 de junio de 2006 conocido como 666 -la fecha de la bestia-, según profecías sería el nacimiento del anticristo; y el 21 de diciembre de 2012, día en el que terminaba el calendario maya, lo que dio paso a la especulación de un posible fin del mundo.
Evidentemente eso no sucedió. En días recientes, también se ha comenzado a hablar de un escenario en el que un asteroide chocará con la tierra el próximo 3 de octubre. Aunque esa posibilidad se ha descartada por la NASA e incluso ha sido objeto de sátiras y “memes”, al final del día queda como un caso más. Sin embargo, hay otra fecha fatal que no podemos dejar de lado, en especial porque los cambios climáticos son evidentes en prácticamente todos lados.
En marzo de 2019 en Nairobi (Kenia), la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en el marco de la IV Asamblea del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), presentó el informe titulado “Perspectivas del medio ambiente mundial”. En dicho estudio, el organismo internacional alerta de una catástrofe medioambiental en 2050.
En el estudio se expone que la vida de la Tierra terminará alrededor del 2050, ello a consecuencia de la extinción de la capa de hielo del Ártico, lo que tendrá como consecuencia que los desiertos se hagan más extensos, lo que a su vez derivará en que la muerte de la humanidad se convierta en algo incontrolable por la mala calidad del aire. Este escenario que, pudiera parecer extremadamente catastrófica, va acompañado de una alta dosis de realidad. Lo podemos apreciar en nuestro entorno cotidiano con las temperaturas extremas y con notorias anomalías en la temporalidad de los fenómenos climatológicos.
Por si esto no fuera suficiente, la generación de conciencia y el fomento de actividades dirigidas a la protección del medio ambiente se mantiene como un gran desafío. Sin entrar en mayor análisis, basta ver la ausencia de una cultura de reciclar en México, los miles de tiraderos clandestinos que hay en el país, el problema de sargazo que hay en diferentes playas del territorio nacional, las toneladas de basura que son arrojadas al mar, los incendios forestales clandestinos, la caza ilegal y la tala ilegal, por mencionar algunos ejemplos.
Lo anterior muestra dos cosas. Por un lado, que se trata de un tema que nos afecta a todos y, por lo tanto, concierne a la sociedad en su conjunto resolverlo; y por el otro lado, el 2050 no debe ser trivializado ni minimizado.
En este tenor, el estudio del desarrollo sostenible y el desarrollo sustentable retoma presencia en actualidad -no es un debate nuevo-. La idea de desarrollo sostenible surgió de la necesidad de introducir cambios en el sistema económico existente basado en la máxima producción, el consumo, la explotación ilimitada de recursos y el beneficio como único criterio de la buena marcha económica. Sus primeros antecedentes se registraron a finales del siglo XIX y principios del XX, siendo Inglaterra y Estados Unidos pioneros en asociaciones en defensa de la naturaleza. Pero fue hasta la mitad del siglo pasado que el concepto comenzó a adquirir mayor relevancia y pertinencia entre las sociedades del mundo.
El concepto de desarrollo sustentable, en un principio, fue abordado por la ONU desde un punto de vista lógico, real, concreto y aplicable de un ideal sobre crecimiento a largo plazo, cuya premisa básica fue no dañar el medio ambiente a nivel ecológico y no consumir los recursos de forma indiscriminada. En respuesta, planteó un balance en relación con los elementos disponibles, teniendo como restricción activa la base de que debemos hacer uso eficiente de los recursos, tanto renovables como no renovables.
Dentro del desarrollo sustentable, se reconocen tres grandes corrientes en disputa, las cuales se manifiestan a lo largo del debate ambientalista. a) ecologista o sustentabilidad fuerte, que se basa en una “estética de la conservación” y una “ética de la Tierra” o “bioética”; b) ambientalismo moderado o sustentabilidad débil, la cual acepta la existencia de determinados límites que impone la naturaleza y la economía; y c) corriente humanista crítica, se basa en las ideas y movimientos anarquistas y socialistas, surge en los setenta en la propuesta tercermundista de ecodesarrollo, a su vez, tiene dos sub corrientes: anarquista y marxista.
La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT) indica que mientras el desarrollo sostenible es soportable en lo ecológico, viable en lo económico y equitativo en lo social; lo sustentable, para argumentar o defender, teniendo como tres grandes pilares a la economía, el medio ambiente y la sociedad. La finalidad de su relación es que exista un desarrollo económico y social respetuoso con el medio ambiente.
En este orden de ideas, resultan fundamentales dos cuestiones. En primer lugar, que comencemos a generar conciencia -desde nuestra esfera personal- sobre el cuidado y protección del medio ambiente y; en segundo lugar, tener al menos una noción general de lo que implica la sustentabilidad de cara a escenarios nada alentadores, que insisto, no deben ser trivializados. Asimismo, vale la pena revisar en que porcentaje México va cumpliendo los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), tema al que me he referido en otra oportunidad.