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Por Salvador López Santiago

@sls1103

“Todos queremos tener un amigo, pocos estamos dispuestos a ser uno”.         

Las generaciones actuales tenemos enormes ventajas respecto a la realidad en la que crecieron nuestros padres o nuestros abuelos. Sin que sea la única, un ejemplo que resulta muy ilustrativo lo encontramos con los avances en las tecnologías de la información y la comunicación que facilitan nuestra vida en muchos sentidos, desde cuestiones personales o familiares, hasta temas académicos, laborales o profesionales. Paradójicamente, al mismo tiempo padecemos grandes desventajas como es enfrentar un mercado laboral cada vez más voraz e inestable; el ínfimo o muy complejo acceso a una vivienda; y una sociedad más violenta e insensible, por mencionar algunos casos.

En este panorama de marcados claroscuros, me parece que hay dos grandes rutas a seguir. Por un lado, debemos aprovechar de la mejor manera las bondades de nuestro tiempo -siendo muy romántico, para hacer el bien-; y por el otro lado, debemos comenzar -desde nuestra esfera personal- a realmente erradicar los grandes males que nos asechan día a día, y sin decir que los demás sean menos importantes, estoy convencido de que el primer paso para ello es dejar de ser una sociedad insensible que es indistinta al dolor ajeno, al infortunio del vecino o las injusticias a su alrededor. Para que México salga de crisis de inseguridad y violencia, considero que la clave es la palabra empatía, tan fácil de decir y tan difícil de encontrar.

La empatía, entendida coloquialmente como ponerse en los zapatos del otro, es escasa y muchas veces únicamente es recordada o aludida cuando esperamos que los demás tengan empatía hacia nosotros. Esta última generalidad no quiere decir que no existan personas con empatía y solidaridad, las hay, pero en cantidad insuficiente para alcanzar un estado de cosas que tenga al bien común como su principal característica. Desafortunadamente, la globalidad que tantas bondades ha traído consigo, también ha repercutido en nosotros y nuestras comunidades para imponer patrones conducta dirigidos al individualismo, a la desconfianza, e insisto, a la insensibilidad social que peligrosamente nos lleva a normalizar las conductas más atroces.

Por estas razones, estimo necesario comenzar a construir una sociedad cuya esencia sea el bien común. Para ello, un primer aspecto a considerar es que, desde la antigua Grecia, Aristóteles había caracterizado al Estado por lo común y la diferencia, y sostenía que el Estado se había formado para conseguir un bien (to koine sympheron). En este orden de ideas, un Estado como proyecto para la “buena vida” común era el ideal, en este sentido, el bien común es, como lo ha expresado Ricoeur, “el fin de la ‘buena vida’ con y para otros, en el ámbito de instituciones justas”.

Aunque los grandes males que nos aquejan -destacando a la violencia e inseguridad- son producto de diversos factores, la ausencia de claridad en lo que es el bien común y la nula cultura de incorporarlo a nuestra cotidianidad -como individuos de una sociedad- es determinante. Desde luego que se requieren de estrategias asequibles y con rumbo por parte del gobierno, de un marco jurídico acorde al contexto actual y el respeto al Estado de Derecho y las instituciones, pero un cambio desde lo individual y social también es urgente. Alcanzar el bien común es una finalidad o aspiración permanente que depende de los detentadores de decisiones, pero también de toda la población, es algo que nos compete a todos por igual -a cada uno en su ámbito y alcances-. Recordemos que el bien común se posiciona como una dimensión social y colectiva del bien moral.

Todos podemos contribuir a lograr el bien común que, dicho sea de paso, es difícil de alcanzar, al tener implícita la capacidad de luchar constantemente por el bien de los demás como si fuera propio. Sobre esta última cuestión, quizá no llevemos este esfuerzo con tal particularidad -al final del día todos tenemos nuestras ocupaciones, preocupaciones y responsabilidades-, pero lo que sí está en nuestra esfera es denunciar, condenar y erradicar patrones de conducta que impliquen prácticas desleales, arbitrarias, ventajosas y por supuesto, ilegales para obtener ventaja respecto a otras personas. Otra forma de aportar es ayudar a las personas cuando este en nuestra posibilidad y valorar los esfuerzos cuando nosotros somos quienes recibimos algún apoyo, creando círculos virtuosos de solidaridad y empatía.

Salvador López Santiago

Es Licenciado en Derecho por la UNAM, Maestro en Ciencia Política por la UPAEP, Maestro en Derecho Electoral por la EJE del TEPJF y cuenta con estudios de posgrado en Derecho Parlamentario en la UAEMéx. Fue Consejero Electoral Distrital en el Instituto Federal Electoral (IFE) y en el Instituto Nacional Electoral (INE) durante los Procesos Electorales Federales 2011-2012 y 2014-2015, respectivamente. Asimismo, se ha desempeñado como asesor legislativo en el Senado de la República en la LXII, LXIII, la LXIV y la LXV Legislatura. Desde enero de 2020 es director editorial en Tempo, Política Constante.