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Por Javier Santiago Castillo

@jsc_santiago

Parece ser que en todo el mundo y en todos los tiempos “el abuso y la desobediencia a la ley no pueden ser impedidos por ninguna ley” (Jacomo Leopardi). La corrupción como un hecho histórico, global, económico, político, jurídico y social adquiere formas particulares de expresión en cada nación. Aunque, para tener una visión holística del fenómeno de la corrupción en el mundo contemporáneo es necesario agregar tres elementos más: los equilibrios geopolíticos mundiales, la función de engrane en el funcionamiento de los sistemas políticos y mecanismo de acumulación de capital.

Después de la segunda Guerra Mundial las potencias occidentales desarrollaron políticas anticorrupción en el ámbito interno, pero en el contexto internacional fueron tolerantes con la corrupción como instrumento útil para combatir al comunismo, enemigo mortal porque atentaba contra todos los valores democráticos y del libre mercado. La corrupción era funcional a la hegemonía de las potencias occidentales sobre el tercer mundo, eufemísticamente llamados países en vía de desarrollo. Sobran los ejemplos de la corrupción tolerada y de violaciones a los derechos humanos de los dictadores de África, Asia y América Latina arropados por las distintas potencias occidentales, mientras fueran ferozmente anticomunistas. Sólo como botones de muestra están los expresidentes de Filipinas Ferdinand Marcos (1972-1986), Indonesia Suharto (1967-1998); Perú Alberto Fujimori (1990-2000); Zaire, Mobutu Sese Seko (1965-1997).

Es obvio que en los regímenes políticos autoritarios y totalitarios, incluyendo a la Unión Soviética, la corrupción de la élite gobernante, además de construir verdaderas cleptocracias, en donde la permisividad para enriquecerse era un mecanismo de cooptación y control de los dictadores sobre la propia élite gobernante, en función de ello constituía un elemento de estabilidad política.

La corrupción, también cumple la función de ser un medio de acumulación primitiva de capital, al estar sustentado en el robo, para los empresarios y para los funcionarios que adquieren la doble función de ser políticos-empresarios o de plano mimetizarse y pasar a formar parte de la élite económica.

La caída del muro de Berlín hizo disfuncional, sistémicamente hablando, cierto tipo de corrupción. En 1993 se fundó Transparencia Internacional. En la década de los años noventa el Banco Mundial inició la práctica de combatir la corrupción. En 2001 creó el Departamento de Integridad Institucional. Entre 1999 y 2019 fueron inhabilitadas 956 empresas y personas físicas y aplicó 421 inhabilitaciones cruzadas de bancos multilaterales de desarrollo. El Fondo Monetario Internacional el día de hoy también ha desarrollado mecanismos anticorrupción.

En un artículo anterior analicé, tomando como base la tipología reseñada por Holmes (¿qué es la corrupción?) elaborada por el Banco Mundial en que la “captura del Estado” era una forma de la gran corrupción, aunque insisto, prefiero utilizar el término “corrupción en gran escala”, porque este fenómeno es mucho más amplio y tiene múltiples formas de expresión. Aunque poseen un denominador común, el interés compartido por funcionarios y grupos de interés, también los podríamos llamar poderes fácticos, que se coluden con el fin de expoliar los bienes públicos. Estos grupos de interés son, principalmente, grandes empresas y la delincuencia organizada.

Dentro de la corrupción en gran escala tenemos que diferenciar quienes buscan, me refiero a los funcionarios públicos, únicamente el enriquecimiento personal y quienes además de ello tienen como objetivo perpetuar en el poder a dinastías políticas. En el caso de los empresarios el objetivo es, sin ambages, el lucro, aunque este también está presente como un denominador común en la base del interés mutuo entre funcionarios y empresarios.

A nivel global la corrupción en gran escala tiene que ver con la evasión fiscal y el lavado de dinero. Los términos lavado o blanqueo de dinero viene de que delincuentes, como Al Capone, compraban lavanderías y negocios similares, que operaban con dinero en efectivo para mezclarlo con las ganancias ilícitas y, así convertirlos en dinero legal. Ha sido posible que nos demos una idea de este mecanismo de corrupción en gran escala a través de diversas filtraciones de información financiera en la última década, como son los siguientes casos:

Lux Leaks (2014) y Swiss Leaks (2015) rebelaron documentos, en el primer caso, que mostraban como las grandes empresas utilizaban acuerdos fiscales en Luxemburgo para reducir la cantidad de impuestos que tenían que pagar; en el segundo, el banco privado suizo de HSBC fue evidenciado de cómo utilizaba las leyes de secreto bancario de Suiza para ayudar a los clientes a evadir el pago de impuestos. Panamá Papers (2016) y Paradise Papers (2017) revelaron las operaciones financieras extraterritoriales de políticos, celebridades y líderes empresariales.

Este año la filtración de los llamados FinCEN Files (Red de Control de Delitos Financieros) del Departamento del Tesoro de Estados Unidos ha vuelto a poner a varios de los principales bancos del mundo bajo la lupa por su rol en el lavado de dinero. Pero, aunque estos “reportes de actividades sospechosas” (SARs por sus siglas en inglés) son confidenciales no necesariamente constituyen prueba de delito, existen diversos casos que obligan a preguntarse por qué algunos bancos no actuaron después de percatarse de movimientos financieros atípicos.

El banco HSBC permitió que estafadores movieran unos 80 millones de dólares mal habidos incluso después de que investigadores estadounidenses los alertaran de que eran producto de una estafa los transfirieron a Hong Kong en 2013 y 2014. En 2012 el HSBC fue multado con mil 900 millones de dólares por el lavado de dinero de narcos mexicanos, prometió tomar medidas drásticas contra este tipo de prácticas.

JP Morgan permitió que una empresa moviera más de mil millones de dólares a través de una cuenta de Londres sin saber quién era el propietario. Más tarde, el banco descubrió que la compañía podría ser propiedad de un mafioso en la lista de los diez más buscados del FBI.

El banco más grande de Alemania, Deutsche Bank, sabía que estaba facilitando transacciones sospechosas que ascienden a más de 1 billón de dólares y es el banco más mencionado en los documentos filtrados. Generó el 62% de todos los informes de actividades sospechosas (SAR) contenidos en los FinCEN Files. De los 2 billones de dólares en transacciones sospechosas mencionadas en los documentos 1.3 billones pasaron por el banco alemán que en 2015 fue multado por las autoridades estadounidenses por lavado de dinero.

Los reportes de actividades sospechosas contenidos en los FinCEN Files incluyen transacciones de 1999 a 2017, pero son solo una pequeña parte de todos los SARs generados durante ese período.

Martin Hilti, director general de Transparencia Internacional Suiza, se queja de que el Parlamento suizo está haciendo todo lo posible para frenar los cambios de ley propuestos que harían que los abogados fueran más responsables en informar sobre clientes y flujos financieros sospechosos. Los parlamentarios también se han negado a transparentar los pagos en efectivo por metales y piedras preciosas. Ambas cámaras han dado la espalda a las propuestas del Ministerio de Finanzas en los debates preliminares.

El Boston Consulting Group afirma que 10 billones de dólares están guardados en centros offshore (paraísos fiscales), esto equivale, en una estimación conservadora, aproximadamente al producto interno bruto de Reino Unido, Francia y Japón. En la actualidad, la ONU estima que entre 800 mil millones y 2 billones de dólares son lavados en el mundo anualmente.

El fenómeno de la corrupción en gran escala, es como la Hidra de Lerna, tiene miles de cabezas y redes por el mundo que involucran a políticos, empresarios, financieros, fuerzas de seguridad del Estado y la delincuencia organizada en todas sus expresiones imaginables, narcotráfico, tráfico de armas, trata de personas, tráfico de órganos, etc. México no es un islote alejado de todo ese entramado de complicidades. Entonces para ser, en alguna medida, eficientes debe de pensarse en estrategias múltiples, no sólo nacionales, sino internacionales, que atiendan los diversos frentes en los que se presenta la corrupción.

Javier Santiago Castillo

Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública, con mención honorífica por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Candidato a Doctor en Ciencia Política en la misma institución. Es profesor titular “C” tiempo completo de la UAM-I, actuó en los 80's como coordinador nacional de capacitación electoral del Partido Mexicano Socialista; y representante de casilla del Partido Mexicano de los Trabajadores, de cuyo Comité Nacional formó parte. En los procesos electorales de 1991 y 1994 fue Consejero en el XXXVI Consejo Distrital Electoral del Instituto Federal Electoral en el D.F; se desempeñó como coordinador de asesores de Consejero Electoral del Consejo General en el Instituto Federal Electoral; representante del IEDF ante el Consejo de Información Pública del Distrito Federal; y Consejero Presidente del Instituto Electoral del Distrito Federal.