Por Javier Santiago Castillo
@jsc_santiago
De la caída del muro de Berlín, en 1989, a la fecha el mundo se ha transformado radicalmente. A partir de ese momento, muchos echaron las campanas al vuelo. Estados Unidos se erigió como la potencia, no hegemónica, sino dominante. La democracia concebida como la vía electoral, para garantizar el flujo de las élites en el acceso al poder, se volvía el modelo indiscutible a seguir. La desigualdad social, como problema a resolver, quedó marginada de la teoría democrática. Atemperar las desigualdades sociales vía la construcción del Estado de Bienestar se deterioró o francamente se abandonó en la mayoría de los países. Las naciones nórdicas fueron islotes en un mundo globalizado bajo la égida de las grandes trasnacionales, sobre todo estadounidenses, que marcaron el ritmo de la transformación económica y tecnológica.
Mientras la Unión Soviética se desmoronaba, buscando constituir un nuevo Estado Nación de las ruinas del socialismo real, los Estados Unidos se constituía en la superpotencia económica y militar triunfador de la Guerra Fría, sin contrapeso alguno. So pretexto de que el General Noriega era narcotraficante invadió Panamá en 1989, para apresarlo y llevarlo ante tribunal. La superpotencia se convirtió en un gendarme mundial arbitrario, buscando proteger sus intereses.
El medio Oriente se convirtió en un polvorín, porque al añejo conflicto palestino israelí se sumaron las invasiones estadounidenses a Irak (2003) cuya ocupación se mantiene y a Afganistán (2011) del cual tuvo que retirarse después de veinte años de intentar derrotar a una amplia coalición tribal. En el fondo de estos conflictos se encuentra el interés de los Estados Unidos por controlar las fuentes de energía de la región. Incluyendo los anteriores, para 2020 existían 34 conflictos armados y múltiples tensiones internas o bilaterales.
Por su lado, la informática revolucionó la economía y la vida cotidiana de la población del planeta. Si bien el Internet nació en 1969 como un proyecto militar, dio un salto en 1989 al lograr desarrollar un software sustentado en protocolos que consentían visualizar la información desde cualquier nodo de la red a través del hipertexto conocido como HTML, permitiendo insertar texto, imágenes y videos. Paralelamente se crearon otras especificaciones como la URL o el HTTP (Protocolo de Transferencia de Hipertexto). Lo anterior permitió que para 1991 la Web se abriera para uso comercial. El comercio digital, con la fundación de Amazon (1995), inició un camino fructífero en sólo dos décadas y media, representando en 40% del mercado en Estados Unidos y en constante crecimiento por el mundo.
La robotización de la industria avanzó a grandes zancadas, no se diga de las comunicaciones que evolucionaron aceleradamente con el acceso a Internet y la extensión de la cobertura de las redes sociales: fundación de Hotmail (1996), Google (1998), TouTube (2005), Facebook (2006), WhatsApp (2009) y Telegram (2013).
Las sacudidas, de intensidad diversa, a la economía globalizada en el siglo XXI se han dado en 2000, 2008, 2014, 2016 y la iniciada en 2019 y profundizada en 2020 junto con la pandemia. En 2001 China ingresó a la OMC (Organización Mundial de Comercio) y las grandes corporaciones trasnacionales la convirtieron en una maquiladora inmensa. Pero, la nación asiática no se quedó estancada en la ilusión de que la sola inversión extranjera la sacaría del atraso. La convirtió en una palanca para construir un modelo de desarrollo propio. Esta política de las corporaciones les trajo grandes beneficios económicos, pero afectó, de forma particular, a la población trabajadora de Estados Unidos. La crisis interna desatada por esta situación tuvo como algunas de sus expresiones políticas el triunfo de Donald Trump y la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea.
De manera particular, la crisis de 2008 desnudó las grietas de la desigualdad social y de la pobreza consecuencia del proceso globalizador. La crisis económica que daba sus primeros balbuceos en 2019 se despeño por el abismo recesivo por el impacto económico, social, sanitario de la pandemia del Covid-19. Nuevamente el modelo globalizador mostró su incapacidad para enfrentar el impacto de una enfermedad global. Afloraron las deficiencias de los servicios de salud, lo sorprendente fue que hasta los países con las economías más fuertes abandonaron la construcción de servicios de salud eficaces para atender a sus poblaciones. El mejor, aunque lamentable, ejemplo es que Europa es el epicentro de la cuarta ola de la Pandemia y Estados Unidos se enfila en esa ruta.
En este mundo agitado México se encuentra esforzándose por reactivar la economía, pero ubicado entre los polos de confrontación económica: China y Estados Unidos. La escena internacional es compleja. La política exterior mexicana, en 2018 y 2019 centró la atención en la negociación y firma del T-MEC. Durante 2020 y buena parte de 2021 la diplomacia de las vacunas ocupó el escenario.
Por su parte, el presidente, discursivamente, cuestiona con dureza las intervenciones estadounidenses, en la conmemoración de la muerte de Simón Bolivar expresó: “… Washington nunca ha dejado de realizar operaciones abiertas o encubiertas contra los países independientes situados al sur del río Bravo. La influencia de la política exterior de Estados Unidos es predominante en América, sólo existe un caso especial, el de Cuba, el país que durante más de medio siglo ha hecho valer su independencia enfrentando políticamente a los Estados Unidos.” Políticamente se aleja de las posturas del coloso del norte como son los casos de Bolivia, Venezuela, Cuba y Nicaragua
Para reflexionar sobre el rumbo económico del país el punto de partida es que la economía mexicana tiene un alto grado de integración subordinada a la estadounidense. Ese es uno de los resultados del Tratado de Libre Comercio firmado en 1994. La firma del T-MEC ha sido la confirmación de esa tendencia. El Plan Nacional de Desarrollo no toca el tema de la integración económica regional. Queda claro que una definición del gobierno de la 4T es la integración económica de América del Norte bajo la egida de los Estados Unidos, proceso iniciado por los gobiernos neoliberales.
En el mismo discurso conmemorativo del fallecimiento de Bolivar el presidente sostuvo “…comenté al presidente Biden, nosotros preferimos una integración económica con dimensión soberana con Estados Unidos y Canadá a fin de recuperar lo perdido con respecto a la producción y el comercio con China, que seguirnos debilitando como región y tener en el Pacífico un escenario plagado de tensiones bélicas.”
En la IX Cumbre de Líderes de América del Norte reiteró la necesidad de una “…integración económica, con respeto a nuestras soberanías, es el mejor instrumento para hacer frente a la competencia derivada del crecimiento de otras regiones del mundo, en particular, la expansión productiva y comercial de China. No olvidemos que mientras Canadá, Estados Unidos y México representamos el 13 por ciento del mercado mundial; China domina el 14.4 por ciento. Y este desnivel viene de hace apenas 30 años, pues en 1990, la participación de China era de 1.7 por ciento y la de América del Norte del 16 por ciento.”
Indiscutiblemente la soberanía económica pasa por la recuperación de la rectoría del Estado en materia energética. Pero, plantear una mayor integración de economías totalmente asimétricas sin tener una propuesta concreta de desarrollo propio es sumamente riesgoso para el futuro. Son necesarias y urgentes políticas de desarrollo industrial, científico y tecnológico que fluya por las ventanas de oportunidad con el fin de impulsar un modelo económico propio.
El juego político del presidente tiene riesgos para la, ya maltrecha, soberanía del país. Puede desembocar en un sometimiento total a los intereses de los Estados Unidos o en una palanca que proporcione el anhelado desarrollo, no sólo crecimiento, económico. La moneda está en el aire. En breve conoceremos el resultado.