La canilla es un larguirucho pan trenzado, con sal y manteca, que ingieren los jarochos con el mañanero lechero, sin albur. El ritual, más bien político, da lugar a toda serie de elucubraciones, profecías y juicios sobre el acontecer cotidiano. Si es jarocho es grillo, dice la sabiduría popular. Y si no se chopea, es una triste galleta de agua. El autor escribe desde una mesa del rincón del Café de la Parroquia, sufre várices involuntarias y confiesa: “Tengo sesenta… y pico”.