Por Danner González
@dannerglez
Querido Antonio:
En 2019 se cumplirán diez años de que “los de la octava” llegamos a vivir al ex convento de Corpus Christi, sede de la Fundación Antonio Gala, en Córdoba, que más que española es andaluza, mora y romana. Tan viejos somos ya y tú sigues dando becas y alojando cualquier cáfila de canallas a los que ves posibilidad de ser artistas. ¿Cuántos hemos pasado ya? ¿Más de doscientos?
Por estas fechas, hace diez años me llamaron por teléfono para avisarme que había sido admitido en la octava promoción. Tomaste el teléfono para felicitarme y darme la bienvenida a tu casa. Yo vivía en la Ciudad de México y mi madre se emocionó mucho cuando le dije que iría a vivir a Córdoba. Pensaba que me refería a la Córdoba veracruzana. Le dije que estaría un poco más lejos, pero que veracruzanos y andaluces nos parecíamos mucho. Andalucía es la madre, Cuba la hija, Veracruz el eco de aquel acento estridente en donde nos reconocemos mutuamente.
Las reglas de tu casa siempre han sido simples. “Os invito a liarse la manta a la cabeza”, nos dijiste. No había que preocuparse por otra cosa más que por crear. Yo escribí un libro de cuentos y una novela y me leí de un tirón más libros de los que he leído nunca. Ese año pasaron muchas cosas. Te oímos contar la historia del Cervatillo y nos estremecimos al recorrer Medina Azahara. Vimos la nevada más copiosa de los últimos cuarenta años. El partido entre el Córdoba y el Rayo Vallecano tuvo que suspenderse. Fuimos a ver a Miguel Poveda y a Joaquín Sabina.
Organizábamos sesiones de cine sin derecho a veto en el estudio de música, que para entonces, imbuidos por las lecturas de Agustín Fernández Mallo, Juli había tomado por suyo y lo había declarado “micronación independiente”. Luego sufriría la represión de las fuerzas del orden y todo volvería a la normalidad. Vimos todo Tarkovski, todo Goddard, Fassbinder completo. Muchas veces nos desvelábamos tanto que no bajábamos a desayunar, pero nadie podrá negar que en pijama, fuimos los tíos más elegantes del vermú de los domingos en la Judería.
Te gustaba salir a caminar con nosotros, tus discípulos. Te seguíamos como mesías laico, a tomar cañas, a por caracoles, a alguna sesión de algún círculo de tus adoratrices. Un día, sobre Ambrosio de Morales, un taxi casi te atropella.
–“Ordinario”, dijiste agitando tu bastón daliniano, el de empuñadura de plata, hacia el taxista. “No sabe que Córdoba es bella sintaxis”.
Siempre soñé con robarte el bastón de Manolete, que, creo recordar, me contaste que te había regalado doña Angustias, la madre del cuarto califa. El bastón se lo habían aventado en prenda al maestro en la plaza México. Yo me veía a menudo hurtando el preciado bien, y devolviéndolo en sigilo a mi país, como si del penacho de Moctezuma se tratara. Lo cierto es que nunca llegué a verlo, aunque en mi memoria lo conozca desde siempre.
A veces sueño que vivimos en el viejo convento y que mis hermanos cartujos vienen a sonsacarme porque es sábado y la madre Auxiliadora no está. Corremos al refectorio y apilamos las mesas formando una escalera que llega al techo. Alguien se sube a lo que para entonces es ya una torre de cuatro mesas, con una silla en mano y un gorro de piloto. Luego comienza a elevar nuestra modesta nave de los locos, mientras alrededor suyo los demás danzan sin cesar mientras entonan cánticos salvajes.
Otras veces sueño que esos locos se bañan en la fuente del patio, en donde han instalado un intrincado sistema de provisión de agua calentita que llega desde alguna habitación en el segundo piso por medio de mangueras, que ya habría querido Abderramán. Entonces bebemos cava y bailamos tregua y catala mientras leo a Pedro Casariego Córdoba. Pero es solo un sueño, como la vida misma, y con Calderón, los sueños, sueños son.
Tengo que despedirme. Son tiempos en que ya nadie quiere leer, y menos cartas. Recibe esta carta trasatlántica un día después de tu cumpleaños, tarde, pero sin sueño. ¡Feliz cumpleaños, querido Antonio! ¡Larga vida! Y que siga siendo siempre tu fundación esa nave de los locos con que a la distancia aún sigo soñando.
Ciudad de México, a 3 de octubre de 2018.