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Por Javier Santiago Castillo

@jsc_santiago

El pasado es presente, pero indubitablemente construye el futuro sinuoso y contradictorio, porque el material de que está hecho el pasado es del anhelo, la esperanza del bienestar humano. Cada época construye sus propias utopías de igualdad y libertad.

Este año para la izquierda y los partidarios de la democracia del mundo el pasado tiene un significado especial, al conmemorar el quincuagésimo aniversario de la caída del gobierno y muerte de Salvador Allende presidente de Chile en 1973. En la década de los años setenta del siglo pasado la guerra fría cabalgaba desenfrenada sobre las incipientes democracias por diversos rumbos del planeta.

En Sudamérica las dictaduras militares en Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay, Uruguay y Perú enarbolaban las banderas del anticomunismo como justificación de la supresión de derechos políticos y de la represión brutal en contra de cualquier disidencia. Los militares latinoamericanos, con honrosas excepciones, se convirtieron en adalides de la política anticomunista y los afanes hegemónicos de los Estados Unidos.

El triunfo de la revolución cubana en 1959 modificó el escenario geopolítico. En 1966 se realizó la Primera Conferencia Tricontinental que reunió a organizaciones y grupos revolucionarios de América, África y Asia. De ahí partió la iniciativa de organizar al año siguiente la Primera Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad.

Cuba fue impulsora de esas reuniones con el objetivo de promover la solidaridad con su revolución y de definir que “la lucha revolucionaria armada constituye la línea fundamental de la Revolución en América Latina”. Salvador Allende y Heberto Castillo participaron en ambas reuniones y defendieron la postura de alcanzar el poder pacíficamente, por medio de elecciones.

México vivía su propia dinámica marcada ideológicamente por la Revolución de 1910, en la cual confluían desde la vertiente liberal decimonónica, anarquista, socialista de tendencia marxista, nacionalista y capitalista. Aunque el peso del nacionalismo en él bagaje ideológico de la Revolución es sumamente relevante. Los regímenes postrevolucionarios se apropiaron monopólicamente del discurso ideológico nacionalista.

El surgimiento del Movimiento de Liberación Nacional (MLN) (1961) es el principio del fin del monopolio del discurso nacionalista por quienes detentaban el poder. La presencia el general Lázaro Cárdenas y de la vieja guardia nacionalista, pero sobre todo la existencia de una nueva generación que adoptó el discurso nacionalista para convertirlo en ariete contra del régimen postrevolucionario. En el año de 1968 feneció el MLN con el encarcelamiento de su coordinador Heberto Castillo, quien a la vez era dirigente de la Coalición de Maestros durante el movimiento estudiantil de ese año.

Desde el ámbito internacional dos hechos tuvieron incidencia geopolítica e impactaron a la izquierda. La primavera de Praga (1968), cuando el propio partido comunista checoeslovaco puso en práctica reformas con el objetivo de construir un “socialismo con rostro humano” y el triunfo democrático de la Unidad Popular en las elecciones presidenciales de 1970 con Salvador Allende como candidato. El denominador común de ambos movimientos transformadores en sociedades con predominio ideológico opuestos era buscar ampliar las libertades y terminar las desigualdades sociales y económicas.

Ambos hechos tuvieron diversas repercusiones. En el ámbito internacional influyeron en la aparición del eurocomunismo (1976). En México una de ellas fue la influencia en el surgimiento del Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT) en septiembre de 1974. El cual también abrevó ideológicamente de la tradición política nacional. Sin duda la influencia más inmediata fue la Revolución de 1910 y de forma particular el cardenismo y el MLN.

Este es el momento en el cual va a nacer una corriente nacionalista independiente y desligada de la élite política postrevolucionaria, que abandonó la postura de ser un grupo de presión, como lo fue el MLN, con el fin de reencauzar las políticas gubernamentales por la ruta nacionalista.

El Partido Mexicano de los Trabajadores fue fundado en 1974, su principal ideólogo fue el ingeniero Heberto Castillo, cuyo origen político estuvo en el MLN y en los debates de la Tricontinental y de la OLAS. La etapa de su maduración ideológica fue, sin duda, el movimiento estudiantil de 1968 y la cárcel, en donde coincidió con el dirigente ferrocarrilero Demetrio Vallejo, en la necesidad de crear un nuevo partido.

Es así como, en septiembre de 1971 se realizó una invitación pública a los mexicanos dispuestos a organizarse al lado del pueblo trabajador (obreros, campesino, estudiantes, profesionistas e intelectuales). El documento fue firmado entre otros por: Heberto Castillo, Demetrio Vallejo, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Luis Villoro. La lista de firmantes revela la confluencia de tres generaciones de luchadores sociales y de críticos del régimen, estuvieron representados los movimientos sociales de la década de los años cincuenta del siglo pasado, antiguos militantes del MLN, exdirigentes el Movimiento Estudiantil de 1968 e intelectuales, de talla internacional, críticos del sistema.

Este grupo inicial pronto se desgranó, para el mes de noviembre, cuando se hace el llamado a formar el comité nacional de auscultación y coordinación, las ausencias más relevantes son las de Octavio Paz y Carlos Fuentes.

El ingeniero Heberto Castillo no era partidario de las etiquetas ideológicas lo cual no fue obstáculo para sus detractores, sobre todo de izquierda, para que lo catalogaran, por su postura de ir a consultar al pueblo para encontrar la mejor forma de organizarse con él, como populista y hasta cómo maoísta con todo lo contradictorias que son estas posturas político-ideológicas.

Las actividades organizativas se realizaron de 1971 a 1974, para ese momento la primavera de Praga no había florecido, fue reprimida por los tanques soviéticos y, en 1973 los militares chilenos aupados por los Estados Unidos derrocaron y propiciaron la muerte del presidente Salvador Allende. En América Latina, incluyendo México, como respuesta a las dictaduras se dieron movimientos armados buscando alcanzar el poder para realizar el cambio social.

En ese escenario nace el PMT reivindicando lo imposible para la coyuntura: tomar el poder por la vía pacífica, democrática y constitucional para realizar un cambio económico y social. Por otra parte, el programa del PMT recogió el contenido nacionalista del MLN, pero lo reformuló. Esencialmente el de buscar un desarrollo no subordinado a los intereses del imperialismo estadounidense en donde el Estado jugaría un papel relevante y la socialización de los medios de producción, la toma del poder político por los trabajadores a través de un partido de masas, aunque garantizando plenamente los derechos y libertades que eran una herencia de las luchas liberales del siglo XIX.

La radicalidad del programa político del partido mexicano de los trabajadores se encontraba en la exigencia el respeto a los derechos constitucionales políticos y sociales y al impulso del modelo de desarrollo de la economía mixta consagrado en la constitución.

Hoy el mundo ha cambiado y no. La situación no es igual a la década de los setenta del siglo pasado, pero continúan presentes diferentes expresiones de desigualdad agravadas por la presencia de la macrocriminalidad. En el ámbito internacional existen la disputa por la hegemonía económica está llevando a la construcción de dos bloques, por un lado, encabezado por Estados Unidos y, en el otro por China.

Es posible rescatar y reformular propuestas programáticas del pasado para la construcción del futuro. La rectoría del Estado es indispensable para construir un modelo de desarrollo independiente, en beneficio de la mayoría la población, es necesario definir estratégicamente las áreas y el nivel de su participación en la economía. Es indispensable realizar una reforma fiscal que grave más al que más tiene. La viabilidad del Estado depende en combatir a la macrocriminalidad en sus ramas más robustas: la política y empresarial. Deben ser prioridad gubernamental la transparencia y rendición de cuentas.

Los partidos están obnubilados diseñando estrategias para obtener el mayor número de cargos en las elecciones de 2024, sin poner atención a esos graves problemas. De no avanzar en una verdadera transformación la frustración social, más temprano que tarde cobrará facturas políticas.

Javier Santiago Castillo

Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública, con mención honorífica por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Candidato a Doctor en Ciencia Política en la misma institución. Es profesor titular “C” tiempo completo de la UAM-I, actuó en los 80's como coordinador nacional de capacitación electoral del Partido Mexicano Socialista; y representante de casilla del Partido Mexicano de los Trabajadores, de cuyo Comité Nacional formó parte. En los procesos electorales de 1991 y 1994 fue Consejero en el XXXVI Consejo Distrital Electoral del Instituto Federal Electoral en el D.F; se desempeñó como coordinador de asesores de Consejero Electoral del Consejo General en el Instituto Federal Electoral; representante del IEDF ante el Consejo de Información Pública del Distrito Federal; y Consejero Presidente del Instituto Electoral del Distrito Federal.