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Éfren Calleja Macedo

@lem_mexico

 

Walter Benjamin aseguró que carece de importancia orientarse en una ciudad. Lo valioso, según el filósofo, es extraviarse como quien se desorienta en el bosque. Eso, concluyó, requiere aprendizaje. No compartía esta visión, por ejemplo, Freud, que convirtió su extravío en una pequeña ciudad italiana en sustento de lo ominoso o la inquietante extrañeza—unheimlich— producto del sentimiento de desamparo, y se alegró cuando “renunciando a más exploraciones” encontró de nuevo “la piazza que hace poco había abandonado”.

La tranquilidad existencial está urbanizada por esas plazas. En la solidez de las bancas, a la sombra de las jacarandas y perfumadas por el café, las memorias transcurren plácidamente, convencidas de que la historia es eso: permanecer.

En sentido contrario, los cronistas saben que las evocaciones sociales están hechas de ausencias, invenciones, errancias y equívocos. Digamos, por decir cualquier cosa, Cristóbal Colón; repitamos, las Indias. El presente está apuntalado por ficciones consensuadas amable o violentamente. Esas quimeras, a su vez, moldean las fantasías que somos: nación, ciudadanía, identidad.

Ahí, en ese mar de fábulas necesarias, navegan los cronistas de la estirpe de Héctor de Mauleón para retornar con libros como La ciudad que nos inventa. Crónicas de seis siglos (Cal y arena, 2015) y confirmar que “las ciudades no dicen su historia, aunque a veces los despojos hablan”, como remata en el relato La Casa de la Custodia.

Durante 109 crónicas que cubren todos los ámbitos, Mauleón hace que esos restos citadinos recobren la voz y adquieran presencia para narrar la invención de la Ciudad de México entre 1509 y 2013.

Como indica Benjamin, el relator se pierde en el bosque histórico y reaparece con piezas extraordinarias en su sobriedad y precisión. Por ejemplo, para no olvidar a Freud, el relato correspondiente a 1925, titulado La patria y el sexo. En cuatro páginas Mauleón reúne igual número de historias para traza una línea de pulsiones politizadas que permiten al lector ironizar sobre otro mito fundacional, el “¿Acaso estoy yo en un lecho de rosas?” atribuido a Cuauhtémoc. Porque parece que, en la invención vehemente, la patria siempre es febril.

Cuenta Mauleón que en 1925 comenzó a circular en México un billete de cinco pesos “en el que aparecían las facciones, singularmente hermosas, de una joven gitana [que] era la amante del secretario de Hacienda, Alberto Pani”. Es decir que “lo que los mexicanos atesoraban en la cartera no era otra cosa que el lúbrico homenaje que el ministro” había rendido a “Gloria Faure”. Después, en 1959 se creó la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (Conaliteg) para editar y distribuir en las escuelas de México los libros de educación primaria. “Desde el año de 1962, en la portada de estos libros apareció una despampanante mujer de belleza indígena, envuelta en una túnica blanca que dejaba adivinar el nacimiento de los pechos. Esta mujer se convirtió en la representación clásica de la Patria”. Esta portada “era el homenaje que el artista Jorge González Camarena había rendido a las potencias sexuales de una joven tlaxcalteca de diecinueve años, llamada Victoria Dorantes”.

En las dos historias siguientes, Mauleón recuerda que la opulenta ‘Flechadora de las Estrellas del Norte’, la escultura conocida como La Diana Cazadora, estaba inspirada en las sinuosas formas de una secretaria de Pemex, la señorita Helvia Martínez Verdayes, cuya sola vista, allá por los años cuarenta, estuvo a punto de provocar un infarto al extasiado escultor Juan F. Olaguíbel”, y que la modelo del Ángel de la Independencia se llamaba Ernesta Robles Poso, quien “durante medio siglo había pasado por los alrededores del Ángel, mirándose a misma bañada en oro” pero “terminó sus días completamente olvidada en una casucha de vecindad de la colonia Portales”.

El remate del cronista es ejemplar: “Como la ‘Gitana’ del billete, como la modelo indígena, al igual que la secretaria de Pemex que en un rincón del siglo XX surgió frente a Olaguí como una aparición, Emesta había dejado tras de sí una imagen y un instante envuelto en llamas. Era ya la Patria en llamas”.

Porque la ciudad, esa invención que nos inventa, agita su invaluable caos durante estas crónicas de seis siglos, en LEM creemos que Mauleón confirma la certeza de Martín Caparrós: “El cronista se construye en lo que cuenta —que es, sin duda, lo que cuenta”.

artículo originalmente publicado en el Periódico “El Popular” (que puede consultarse en el siguiente enlace: https://www.elpopular.mx/2018/10/14/opinion/la-ciudad-esa-invencion-que-nos-inventa-191625)

 

Efrén Calleja Macedo

Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Veracruzana (UV), Maestro en Gestión Cultural por el Instituto Universitario Ortega y Gasset campus México y Maestro en Diseño y Producción Editorial por la Universidad Autónoma Metropolitana campus Xochimilco (UAM-X), durante poco más de dos décadas ha acompañado, conceptualizado, desarrollado y materializado propuestas de contenido para editoriales, instituciones gubernamentales, organismos descentralizados, festivales, ferias del libro, universidades, autores independientes, museos, organizaciones internacionales, centros de salvaguardia del patrimonio y empresas de muy diversos ámbitos.