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Gregorio Jácome Moreno

Tlaltepactli

 

En el principio fue el aire, nos ha dicho el viejo Anaxímenes, y del aire ha surgido la vida, la condensación y la rarefacción, es decir, el viento, el agua, la tierra, las montañas, las rocas, por tanto, es el principio de todas las cosas de este mundo. De aire esta hecho el primero de los vientos y el primer espíritu: el neuma. Con él se anima el fuego y se expande, mueve el follaje de los árboles en suave cadencia y mueve las nubes en su devenir eterno.

 

Desde un principio los hombres se fijaron en el aire pues era la parte más importante para la vida, y lo adoraron, lo elevaron al grado de deidad, le rindieron culto, hasta hay similitudes en las civilizaciones antiguas al establecer los rasgos característicos de este dios, el dios del aire que en algunos lados resulto ser enamoradizo. Boreas, el dios griego del viento del norte se enamoró de Orintia. Ehécatl, el dios del viento entre los aztecas se enamoró de Maya. Boreas levanto tempestades en Tracia y raptó a la princesa, Ehécatl convirtió a Maya en humana para que pudiera amarlo.

 

El aire fue mutando hasta alcanzar una categoría científica, fue el médico Galeno que al explorar el cuerpo humano preciso el sistema respiratorio y fijó la importancia del aire fresco en los pulmones y en el fluir de la sangre. Los físicos lo vincularon con los efectos del calor y el frío. Los hombres le dejaron de rendirle culto pero el aire siguió allí como motor de la vida.

 

Y así llegamos a la región más transparente del aire, el Valle de Anáhuac, desde donde Alfonso Reyes saludaba a los viajeros y que durante la Conquista dejó perplejo a Bernal Díaz del Castillo quien al ver la ciudad plateada de Tenochtitlán dudó si se encontraba en medio de un sueño o dentro de algún pasaje de las historietas del Amadís de Gaula. Unos siglos más tarde, Tolsá, escultor y arquitecto al fin, se entretuvo más en el paisaje urbano y describió a la ciudad de México como “la ciudad de los palacios”, pero otros si se fijaron en el aire, como el pintor José María Velasco, como el cineasta ruso Einsestein cuyos cielos son míticos dentro del cine mexicano. Es el mismo aire que surcó Linderbegh en su ave de metal y la misma atmosfera que le dio vida a la primera novela de Carlos Fuentes quien copió de Alfonso Reyes el título: “La región más transparente”.

 

Pienso en el aire en las mañanas claras, en las tardes frescas, en las noches de luna llena, como Pascal también me aterran el silencio eterno de esos espacios infinitos, me asombra tanta claridad a mi alcance, no veo por ningún lado el famoso apeirón, en cambio sí el aire que por se manifiesta en clave majestuosa, y entonces a la pregunta esencial. ¿Y si dios que no es materia está en el aire?.

 

Gregorio Jácome Moreno

Articulista en diversos medios tanto impresos como electrónicos, promotor cultural y activista político coatepecano, "Goyo" como es conocido en Coatepec se ha dedicado a la investigación de temas históricos, filosóficos y deportivos, en particular sobre el fútbol.