Efrén Calleja Macedo
@lem_mexico
“No escribo sobre la guerra, sino sobre el ser humano en la guerra. No escribo la historia de la guerra, sino la historia de los sentimientos. Soy historiadora del alma. Por un lado, estudio a la persona concreta que ha vivido en una época concreta y ha participado en unos acontecimientos concretos; por otro lado, quiero discernir en esa persona al ser humano eterno. La vibración de la eternidad. Lo que hay en él de inmutable”. Así explica Svetlana Alexiévich sus motivaciones para escribir La guerra no tiene rostro de mujer (Debate, 2015), producto de más de dos años de entrevistas, un proceso de censura y una larga batalla personal a las mujeres —casi un millón— que formaron parte del Ejército Rojo durante la Segunda Guerra para darle voz Mundial.
El suyo, como ella misma dice, no es otro libro sobre batallas, que ya son incontables, porque esas obras son de hombres escribiendo sobre hombres: “Todo lo que sabemos de la guerra lo sabemos por la ‘voz masculina’. Todos somos prisioneros de las percepciones y sensaciones ‘masculinas’. De las palabras ‘masculinas’. Las mujeres mientras tanto guardan silencio. Es cierto, nadie le ha preguntado nada a mi abuela, excepto yo. Ni a mi madre. Y si de pronto se ponen a recordar, no relatan la guerra ‘femenina’, sino la ‘masculina’. Se adaptan al canon”.
A diferencia de esas heroicas narrativa masculinas, en las que las mujeres participan sólo como detonantes pasionales o familiares, en la obra de Alexiévich son personajes que cumplieron a cabalidad todos los oficios bélicos. Ésta, por supuesto, no es la historia sacralizada por la cronología oficial. Son sólo recuerdos. Ese es su valor.
Explica Svetlana “Me dicen: ‘Bueno, los recuerdos no son historia y tampoco son literatura’. Simplemente son la vida llena de polvo y sin el retoque limpiador de la mano del artista. Una conversación cualquiera está repleta de materia prima. Son los ladrillos que están por todas partes. Pero ¡los ladrillos y el templo son cosas distintas! Yo los veo diferente… Es justo ahí, en la calidez de la voz humana, en el vivo reflejo del pasado, donde se ocultan la alegría original y la invencible tragedia de la existencia. Su caos y su pasión. Su carácter único e inescrutable. En su estado puro anterior a cualquier tratamiento. Los originales.”
Esos ladrillos son un momento de confianza, unos minutos de duda, algunos gestos de incertidumbre… Cada testimonial es poderoso por sí mismo, pero también es el centro de una situación específica: la vigilancia marital, la incredulidad materna, la emotiva lectura del presente…
Una a una, las anécdotas bélicas configuran nuevas experiencias, renovados temores y dolorosos aprendizajes. Es cierto que los episodios narrados no cambian el devenir de la guerra, pero sí el de las mujeres que por fin pueden escucharse, confirmar lo vivido, incorporarse sus vivencias a la biografía propia.
Por ello, son emblemáticas las palabras de Natalia Ivánovna Serguéeva, soldado auxiliar de enfermería: “Quiero hablar… ¡Hablar! ¡Desahogarme! Por fin alguien nos quiere oír a nosotras. Llevamos tantos años calladas, incluso en casa teníamos que tener la boca cerrada. Décadas. Desde el primer año, al volver de la guerra, hablé sin parar. Nadie me escuchaba. Al final, me callé… Me alegro de que hayas venido. Me he pasado todo el tiempo esperando a alguien, sabía que alguien vendría. Tenía que venir. Entonces era muy joven. Qué pena. ¿Sabes por qué? No fui capaz de memorizarlo.”
En ese entusiasmo se sintetizan el ahogo histórico, la ilusionada espera, el rechazo al silencio y el desgaste histórico: una persona que siempre ha querido contar su historia recibe, por fin, la visita de alguien dispuesta a escucharla, pero la memoria silenciada ha perdido su fortaleza.
Ahí, en la explosión de triste júbilo reside la trascendencia de la cronista: materializa la vitalidad de las otras historias, personifica la oportunidad de restituir los rostros borrados, reanima el deseo de hablar y, como puente narrativo, genera encuentros entre los lectores y esos recuerdos que amplían las vidas propias y ajenas.
Por ello, en LEM aplaudimos la certeza que anima La guerra no tiene rostro de mujer: “construyo los templos de nuestros sentimientos… de nuestros deseos, de los desengaños. Sueños. De todo lo que ha existido pero puede escabullirse”.
*Centro de producción de lecturas, escrituras y memorias (LEM)
lem.memoria@gmail.com
artículo originalmente publicado en el Periódico “El Popular” (que puede consultarse en el siguiente enlace: https://www.elpopular.mx/2019/04/06/opinion/lo-que-ha-existido-pero-puede-escabullirse-202237)