Reseña sobre Nocturno de Chile de
Roberto Bolaño (1953-2003)
Por Luis David Ramírez
@1LuisDavid
Rudyard Kipling en “El mejor relato del mundo” plantea y resuelve —con una sutil muñeca rusa— uno de los dilemas esenciales de la creación de ficciones: el oscurecimiento de los hechos extraordinarios por los hechos comunes y ordinarios, o viceversa. El escritor chileno Roberto Bolaño se enfrentó de manera evidente a este dilema en Nocturno de chile (2000). Primero veamos el planteamiento y la resolución del dilema en el cuento de Kipling.
En el cuento de Kipling, el narrador-personaje conoce a Charlie, un joven oficinista de banco, quien posee recuerdos de sus vidas anteriores, fue un galeote griego, un vikingo y demás. Esos recuerdos son precisos, mas Charlie desconoce que son recuerdos, él cree que son imágenes producto de su imaginación. Por medio de algunos artificios aceptamos que son recuerdos fidedignos de lo que aconteció en el pasado. El estupefacto narrador-personaje, al descubrir el extraordinario hecho de que un joven tenga acceso a la memoria de sus vidas pasadas, ofrece a Charlie comprar los derechos de los recuerdos que lleguen a su memoria. Así, en posesión legal de los derechos de esos recuerdos, el narrador-personaje cree estar en condiciones de escribir la más bella historia del mundo. Charlie, quien ya había fracasado al tratar de plasmar sus historias en forma de narraciones, acepta y comienza a relatar al narrador-personaje todo cuanto viene a su mente. Ya en posesión de los recuerdos de Charlie, el narrador-personaje tropieza una y otra vez en su intento de escribir no digamos la más bella historia del mundo, sino una medianamente memorable. El único resultado al que llega el narrador-personaje es a la simple y aburrida enumeración de hechos; la narración que intenta crear se ve aplastada por el peso de los hechos reales, carece de toda tensión, eficacia y poder de persuasión muy a pesar de que dichas narraciones derivan de un hecho impresionante, prodigioso y extraordinario.
Ese simple problema de ejecución —la realidad que aplasta a los hechos extraordinario— es al que se enfrenta todo escritor y Bolaño en Nocturno de Chile no es la excepción. Bolaño tenía por un lado los consabidos hechos atroces de la dictadura pinochetista —muertes, torturas, desapariciones, represión, violencia casi sin límites—; y por el otro lado, los no menos atroces y consabidos silencios de la élite cultural chilena. El problema era cómo conjugar estéticamente esos silencios y esos hechos atroces para lograr una persuasión memorable. Bolaño usó la alegoría.
En lugar de una tediosa descripción de muertes, dolores y salvajismos dignos de toda honorable dictadura, el escritor chileno prefirió ficcionalizar a esos personajes y situar el plano de acción de Nocturno de Chile en un lugar poco común: al margen de los hechos horrorosos y extraordinarios. La novela es el relato de los recuerdos febriles de la vida trivial del sacerdote, literato y miembro de Opus Dei, Sebastián Urrutia Lacroix[1] durante la dictadura militar (1973-1990) del General Augusto Pinochet en Chile. Situar la trama en un margen y usar alegorías que matizan las extravagancias de las dictaduras, permite que los sucesos extraordinarios no oscurezcan a los de ordinario, consiguiendo así una narración diáfana y persuasiva.
Es aquí donde Bolaño muestra su faceta de escritor embarcado en su tiempo, en su tierra. Embarcado mas no “comprometido”, ya que Bolaño mismo ha declarado «durante la presentación de la obra (Nocturno de Chile) estar en contra de la literatura de denuncia y del realismo social (“un escritor jamás debe permitir que su literatura se dirija a algún fin no literario”, afirmó)»[2]. Por lo tanto su embarque no fue voluntario —o al menos no fue consciente—, sino más bien obligatorio. Al verse rodeado por el estrepitoso silencio provocado por la dictadura de Pinochet, Bolaño no tenía otra opción más que levantar la voz. «El escritor no puede esperar ya mantenerse apartado para continuar persiguiendo las reflexiones y las imágenes que les son queridas»[3]. Camus sentencia con claridad que «los tiempos en que el poeta declamaba a los dioses su poesía en la proa y hacía caso omiso de los hechos que acontecían en el resto de la galera han quedado lejanos»[4]. El artista, en estos tempestuosos tiempos, ha pasado de la comodidad a ser otro galeote que rema incesantemente codo a codo con sus coetáneos. Hace falta decir que ahora se sabe a cabalidad que el barco está a la deriva. Nocturno de Chile es una novela consciente de esto y aun así es un impulso en sí misma para seguir remando empecinadamente. Tanto los silenciosos como los valientes denunciantes están en el mismo galeón: nuestro tiempo.
Roberto Bolaño ha vivido en Chile, México y España y se considera él mismo ateo militante; debido a ese trote por el mundo no pudo desinteresarse de su época. Y recita su nocturno sin soltar los remos:
Una tarde, mientras iba canturreando, tuve un atisbo de comprensión: Chile entero se había convertido en el árbol de Judas, un árbol sin hojas, aparentemente muerto, pero bien enraizado todavía en la tierra negra, nuestra fértil tierra negra en donde los gusanos miden cuarenta centímetros[5].
Si Chile es el árbol de Judas, los protagonistas de la novela son Judas; y Bolaño levanta la voz con la mejor de sus prosas y los señala como los Judas que son: traidores. Esa es la Piedra rosetta del Nocturno de Chile. Y hay que leer esta novela como el reverso de la dictadura Chilena en clave irónica. El no poco interés que mostró Bolaño por su tierra, su tiempo y los silencios, lo llevó a colocar donde percibió el silencio al protagonista Sebastián Urrutia Lacroix —gobernado por dos pequeñas y un poco insultantes alegorías: Odeim y Oido—; donde percibió la hipocresía y mezquindad colocó a una élite intelectual; donde percibió represión y una minada libertad colocó a unos sacerdotes practicantes de cetrería, cuyos halcones mataban palomas; donde percibió horror y estupidez colocó a Pinochet, tomando clases de marxismo —esta última alegoría es quizá más valiosa por el hecho de que la realidad también la ejecutó—. Así se construyó el reparto de personajes y alegorías en la novela. Si mi argumento fuera falaz, habría que preguntarse si cabe la posibilidad de que las coincidencias entre la novela y la realidad fueran mero azar. Basta leer el epígrafe para que nos resulte evidente que Nocturno de Chile persiguió un fin no puramente literario: persiguió la denuncia social. Si hemos de creerle al autor, su fin no era sino meramente artístico. Bolaño se encontraba simplemente embarcado en su tiempo. Y las pretensiones de las obras poco o nada tienen que ver con las del autor.
Si las alegorías son de mal gusto, como lo son para Poe —él las considera un mero pleonasmo, una vana repetición de las cosas—, o son un medio excelente para ejemplificar la megadiversa gama de sentimientos y pensares humanos, como aprecia Chesterton, es asunto que no concierne a este texto. Sin embargo es de una fina nobleza el acto de denunciar en voz alta los silencios atroces. Las alegorías del nocturno no son monótonas, ni totalmente abstractas, ni encasilladas en una sola interpretación: son policromáticas. Y ese es el acierto de la novela; si bien al conocer la historia de la dictadura de Pinochet en Chile se puede disfrutar de una lectura enriquecedora, también es posible disfrutar de la misma sin ese conocimiento. Por sólo dar un ejemplo: los curas que practican la cetrería, Oido y Odeim, o el cementerio de los héroes, son tan universales como el mito de Sísifo o el de Gregor Samsa. Si las alegorías son tanto mejores cuanto menos sean reductibles a un esquema, a un juego frío de abstracciones —como sugiere Borges—[6], entonces podemos decir que Bolaño acertó de lleno en el arte de la novela.
Nocturno de Chile es una ejecución impecable de la literatura que se encuentra a la deriva en una galera perdida a mitad del mar; también, es una adecuada respuesta al dilema que propone Kipling. Posee la dosis necesaria de realismo, ficción, manejo de una prosa deslumbrante y una inagotable fuente ironía para hacer una novela redonda, digna compañera de Los detectives salvajes y 2666.
Quizá Charlie —el niño que recordaba su pasado como galeote en el cuento de Kipling— ya conocía al autor de Nocturno de Chile o quizá el autor de Nocturno de Chile es el mismo galeote dentro del barco a la deriva.
BIBLIOGRAFÍA
- Bolaño, Roberto. Nocturno de Chile. 7ª ed. España: Editorial Anagrama S. A., 2009.
- Borges, Jorge Luis. “Nathaniel Hawthorne”, en Otras inquisiciones. Editorial DeBolsillo, Edición en formato digital, 2011.
- Camus, Albert. “Discursos de Suecia”, en Albert Camus, Obra completa. Ensayos. Julio Lago Alonso. 4ª ed. España: Aguilar S. A. de ediciones, 1981.
- http://elpais.com/diario/2000/11/23/cultura/974934003_850215.html consultado el 17 de mayo de 2015.
[1] Sebastían Urrutia Lacroix es la parodia de José Miguel Ibáñez Langlois, poeta y reseñista de ultraderecha, partidario de la dictadura.
[2] http://elpais.com/diario/2000/11/23/cultura/974934003_850215.html Consultado el 17 de mayo de 2015
[3] Camus, Albert. “Discursos de Suecia”, en Albert Camus, Obra completa. Ensayos. Trad. Julio Lago Alonso. 4ª ed. España: Aguilar S. A. de ediciones. 1981, p. 1343
[4] Idem, p. 1343
[5] Bolaño, Roberto (2000). Nocturno de Chile (7ª ed.). España: Editorial Anagrama S. A. p. 138
[6] Borges, Jorge Luis. “Nathaniel Hawthorne”, en Otras inquisiciones. Editorial DeBolsillo, Edición en formato digital, 2011.