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Por Luis David Ramírez Benítez

@1LuisDavid

Fue un acierto haber otorgado el Premio Mauricio Achar Literatura Random House 2019 a la novela Entre los rotos de la escritora veracruzana Alaíde Ventura Medina (1985), quien también obtuvo el Premio Gran Angular 2018 por la novela Como caracol… Sin lugar a dudas, estamos en presencia de una escritora juguetona, de prosa ágil y sencilla, capaz de transmitir al lector la tristeza o la rabia que usan los personajes de Entre los rotos para herirse entre ellos. La violencia es manifiesta página tras página. Los personajes se atacan de múltiples e insospechadas formas, por envidia, por ignorancia, por celos, por egoísmo, por inseguridad; mas no siempre saben que lastiman a los demás. Los personajes no solamente terminan fragmentados a causa del daño que otros les han infringido. Los rotos son víctimas y verdugos de sí mismos. La fractura mayor se provoca cuando los propios personajes dañan a sus seres amados. Más que una invitación a leer, lo que hace Ventura es invitar a caminar entre los rotos a través de una galería de sugerentes recursos narrativos.

La trama de la novela es simple. Los personajes son una familia veracruzana que busca tranquilidad y nunca la consigue: un padre violento y seductor; una madre que se independiza y obtiene el divorcio; dos hijos que buscan su propia historia en la capital, Julián y su hermana, que a la vez es nuestra narradora. Sin embargo, cada personaje es complejo en su sencillez. La familia forma una red de lesiones y tensiones que los destruye. La madre y la hija sienten una necesidad de ser aceptadas por el padre, al mismo tiempo que lo repudian. El padre no sabe amar y exige que el hijo crezca a su imagen y semejanza y que las mujeres sigan un rol de completa sumisión; fracasa. La hija tampoco sabe amar —tristemente, las formas del padre se reproducen en ella—, y cuando lo intenta, hiere a quienes la rodean. Julián se atrinchera en el silencio, en una “falsa calma que antecede a la masacre”. Todos buscan el amor familiar, pero nadie sabe darlo ni recibirlo —aunque así lo deseen—; por ignorancia, terminan lastimados.

En Entre los rotos la estructura de la narración buscar implantar un orden dentro del caos familiar. La historia es contada a través de una mezcla cauta y diestra de tres recursos narrativos: la definición en forma de entrada de diccionario, la lista y la viñeta.

Definir es tratar de establecer el orden en una realidad primordialmente caótica; así lo hace Ventura. Entre los rotos es una novela familiar, donde la infelicidad se manifiesta a su muy particular manera. En esta familia, los miembros están fracturados, escindidos, incompletos. Cuando se intentan unir, terminan por fragmentarse más. Entonces, es en medio de la constante desintegración que Ventura decide colocar algunas definiciones de palabras cruciales, como si se tratase de un diccionario. Una ocasión, la madre terminó hospitalizada por los golpes del padre. “Papá había desaparecido sin dejar rastro. Rastro: despojo. Señal de que algo ha sucedido. Indicio”. No obstante, el padre sí dejó rastro: “La espalda de mamá era una constelación siniestra. Cicatrices de varios colores y en distintos relieves […] Cicatriz: recordatorio. Mamá”. Así, nuestra narradora define la palabra cicatriz al mismo tiempo que define a su madre; ha resignificado las palabras y con ellas, el recuerdo. Mamá y cicatriz tienen ya el mismo significado.

La lista es otro recurso formal que busca el orden. En este caso, las listas arrojan luz sobre la personalidad de cada personaje. Las listas son mecanismos que suman complejidad y verosimilitud a los personajes, los hacen más humanos a ojos del lector. Remarcan características —necesariamente contradictorias, como fiel reflejo de la humanidad— que serán usadas a la menor provocación para que se lastimen, lo quieran o no, los unos a los otros. Precisamente como lo muestran las dos confesiones en forma de lista de nuestra narradora:

Algunas cosas que heredé de papá:
La piel peluda
Los huesos anchos
La capacidad de herir
La amargura
El gusto por la música ranchera
El apetito
La soberbia
El don de la traición despreocupada

Algunas cosas que me hubiera gustado heredar de papá:
Su pericia al volante
Su sentido del humor
Su elocuencia

Hay aquí un atisbo del tornado de sentimientos que destruye por dentro a la hija. En primera instancia, existe una exposición del desprecio propio. La narradora se describe como alguien que hiere a los demás, que los traiciona y que está inundada de amargura. A lo largo de la novela, se presentan con claridad cada una de estas características. En esta lista también se señala a un culpable: el padre. Pero este señalamiento no es sólo para culpar, también es un gesto de admiración; es ambivalencia, atracción y repulsión hacia una misma persona.

El padre es la figura de poder —como cabría esperar de una sociedad machista como la mexicana— que provoca la primera ruptura familiar, el divorcio. El padre golpeaba tanto a su esposa como a su hijo; además, no dejaba de recordarle a su hija lo tonta y gorda que era. Aun así, ella piensa que “La mirada de papá era seductora, como son todos los incendios. El espectáculo del fuego siempre es hermoso, y más porque irradia peligro. Podrías mirarlo eternamente o dejarte consumir por él”. Justamente eso pasó: toda la familia fue destruida por ese fuego que emanaba del padre.

Una vez que la familia quedó rota, Ventura recolecta, ordena y presenta los fragmentos mediante el recurso de la viñeta. Cada viñeta es la narración inteligente y persuasiva de un instante dentro de la vida de los personajes. Estas pequeñas narraciones —a veces una reflexión o un recuerdo— son detonadas por una serie de fotografías que son descritas a lo largo de la novela. Conforme uno se adentra en la lectura se va encontrando con las fotos y sus historias; se está caminando entre los rotos.

Gracias al maridaje de los tres artificios, Ventura puede infectar con rencor, tristeza, alegría, arrepentimiento o ternura al lector. El caso más destacado es el de Julián, quien consigue llenar de compasión a los lectores; mas con el avance de la novela, la compasión se transforma en antipatía. Es por eso que él es el personaje más memorable de Entre los rotos y también quien más fracturas sufre. Julián, desde niño, es golpeado por su padre. De una golpiza a otra, pasa de ser un niño curioso y juguetón a ser un niño silencioso y retraído. Es el silencio la nota oscura que acompañará a Julián a lo largo de la novela.

En cuanto a personajes, otro de los aciertos mayores de Entre los rotos es el ethos de la narradora: una mezcla de inseguridad, aparente rudeza, desamparo emocional y malas decisiones. Cuando uno no obtiene el cariño que cree merecer, se fuerza a buscarlo de formas maquiavélicas; mentir y traicionar parecen ser ideas sensatas. Lastimar a los demás es romperse uno mismo; es aislarse; es sufrir una soledad implacable que nos provoca tener más miedo y ese miedo nos empuja a más traiciones y a más soledad. La narradora cae en este espiral y termina por dañarse y traicionar a los que quiere, especialmente a su hermano. Ella también se cuenta entre los rotos.

Si sólo se piensa en los recursos literarios mencionados podría concluirse que Entre los rotos se trata de una novela experimental, lo cual sería un grave error. La complejidad formal de la novela es sólo el medio para presentar con claridad la hondura de los personajes y sus relaciones. Pero los relevos entre los tres recursos narrativos son armoniosos y efectivos; montan el terrible espectáculo de la desintegración de una familia. Tarde o temprano, al caminar entre los rotos, uno termina por sentirse lastimado, víctima; pero, por encima de todo —gracias al efecto especular de toda buena obra de arte—uno se sabe victimario, verdugo, culpable por haber destruido la vida de otros y, en consecuencia, uno se reconoce como destrozado.

Entre los rotos es franca y desgarradora, directamente inscrita en la veta que va de Faulkner a Fernanda Melchor, pasando por García Márquez. Sin duda, Ventura es una de las plumas mexicanas que habremos de seguir y disfrutar en próximas entregas.

Luis David Ramírez Benítez

Licenciado en economía por la Facultad de Economía de la UNAM, actualmente cursa la Maestría en Administración y Políticas Públicas en el CIDE. Ha trabajado como analista y editorialista en el Observatorio Económico de América Latina y como subdirector de inversiones turísticas en SECTUR. Suele escribir con regularidad en un blog personal llamado "Misantropías"