Skip to main content

Por René Cervera Galán

Si usted radica en la Ciudad de México y decide ir a vivir a Naucalpan pierde el derecho a elegir jefa o jefe de gobierno en esta ciudad, pero si, por ejemplo, se va al norte de Canadá sí tienes ese derecho.

Cuando pregunto por qué los mexicanos en el extranjero nos pueden escoger la novia si no se van a casar con ella, brotan muchas respuestas… Porque aquí están sus raíces, porque aman a México, porque mandan las remesas. Y es aquí donde cabe preguntarse qué tan válidos son estos argumentos. ¿Los derechos de quienes tienen sus raíces a la distancia, son mayores de quienes aquí están enraizados? ¿Cómo medimos el amor para que cumplido este requisito se les otorgue la credencial de elector?

Consideremos que los pederastas argumentan que aman a las y los niños de los que abusan, los crímenes pasionales se fundamentan en lo mucho que amaban a sus víctimas y meditemos el peligro que significa para la democracia que el dinero otorgue derecho de elegir autoridades, y en esa lógica se le tendría que prohibir el voto a quienes no mandan remesas, como se prohíbe postularse a diputado si no pagan la pensión alimenticia.

Lo que pongo en cuestionamiento es hasta donde tenemos derecho de intervenir la vida de otros en lo que no nos afecta directamente, no estoy pidiendo que pierdan la nacionalidad, ni la protección de nuestras embajadas, solo estoy cuestionando si se vale escoger autoridades que gobernaran a otros, si es justo decidir con tu voto que políticas públicas quieres cuando no tienes la responsabilidad de hacerlas valer.

Si vemos el mundo como un condominio la fachada general sería al gusto de los condóminos, los pasillos de los que por ahí transitan, los departamentos de quienes ahí viven, las cocinas de quienes ahí cocinan, los comedores de los comensales, las recamaras de quienes ahí duermen y la calles serían consensadas en función de todas y todos los que por ahí caminan.

Las y los mexicanos que habitan en el extranjero se concentran prácticamente en Los Estados Unidos de Norte América, los que nacieron en México y se trasladaron al norte son aproximadamente 11 millones y los hijos de mexicanos y/o mexicanas, más o menos son 27 millones.

El riesgo que se corre de una población con tanto migrante es que se conviertan en el fiel de la balanza y lo que aquí se viva se decida allá.

En realidad, es poco probable que suceda ya que para bien o para mal los mexicanos foráneos votan poco, según datos del INE en la elección de 2018 para presidente de la República votaron solamente 98.470 mexicanos en el extranjero, más del doble de los que votaron en 2012, pero siguen siendo muy pocos, quizás porque ellos mismos entienden que no se vale intervenir la vida pública de sus paisanos cuando ya partieron.

La preocupación central es entender la lógica que se tiene de la democracia, si retomando el ejemplo del inicio no tienen claro las competencias, si uno cruza una avenida para habitar, no importa la nostalgia por tu ex alcaldía, ni el amor a las y los vecinos y tampoco cuenta que tu dinero lo gastes en el barrio que dejaste, pierdes el derecho a votar por la alcaldía que dejaste.

Cabe preguntarse si lo que te da derecho a votar es un sentimiento de nostalgia nacional, o que tu voluntad esté presente en las políticas públicas en la entidad que vives, aceptar que tus derechos conllevan la responsabilidad de hacerlas valer colectivamente, respetando espacios para que respeten los tuyos.

En medio de la moda global se invadieron espacios que disminuyeron el ejercicio de la soberanía y aunque lo hacen en nombre de la democracia vale la pena preguntarse hasta dónde se tiene derecho a reglamentar la coexistencia con quien no convives al menos cercanamente.

Si en el ánimo del espíritu republicano debemos tener facultades limitadas, en coherencia las autoridades al igual que los ciudadanos debemos tener entendido la extensión de nuestros derechos y obligaciones que su ejercicio conlleva, de manera tal que los derechos no sean propios y las responsabilidades ajenas.

René Cervera Galán

Compositor y autor del libro Entre el puño y la rosa (visión de La Socialdemocracia), así como de In memorian Olof Palme, La democracia es una fiesta y Antojos literarios. Ex representante del Partido Humanista en el IECM y conductor del programa La Orquesta Filosófica [email protected] En Tempo, publica artículos de análisis político en la sección “Entre espejos y ventanas”.