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Por Javier Santiago Castillo

@jsc_santiago

 

La triada clásica de derecha-centro-izquierda fue utilizada durante décadas, sobre todo después de la segunda guerra mundial, contribuyendo a la clasificación ideológica de diversas corrientes de pensamiento, de movimientos y partidos políticos. Al paso del tiempo esa triada se transformó en quinteta, agregándose el centro izquierda y el centro derecha. Más adelante se incluyeron los extremos de la derecha y de la izquierda. Es obvio decir que cualquier tipología es desbordada por la realidad política y social.

Aunque el nacimiento de la ultraderecha lo podemos ubicar en la primera mitad del siglo XX, con el surgimiento de los regímenes fascistas en Italia, Alemania y España. Los dos primeros países fueron impulsores, envueltos en sus sueños de imperiales, de la Segunda Guerra Mundial. Las similitudes entre ellos se concentraban en el pensamiento único, el culto al líder, el militarismo, la superioridad racial, el antisemitismo y la expansión territorial.

Durante la década de los años treinta del siglo pasado con una visión de realpolitik, las potencias coloniales, sobre todo Inglaterra y Francia, consideraron el fascismo como un antídoto al peligro de la expansión del fantasma del comunismo. Después, empujadas por la dura realidad de la ambición fascista del dominio sobre el mundo cambiaron de postura. Con la su derrota militar, el fascismo quedó denigrado como una ideología política y excluido de participar políticamente en muchos países del orbe. Pero, manteniéndose en vida latente en la conciencia de ciertos sectores de la sociedad.

La guerra fría, con el liderazgo anticomunista de los Estados Unidos, fue un caldo de cultivo propicio para la sobrevivencia de los regímenes fascistas en España hasta 1978 y Portugal en 1974 y; la restauración de la monarquía en Grecia, para culminar con una dictadura militar en 1967, que concluyó en 1974. En América Latina la lista de dictaduras militares es larga. Este período se inicia con el derrocamiento del gobierno democrático de Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954 y se extendió por todo el continente durante las décadas de los años sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado. La excepción, con un régimen democrático, fue Costa Rica y México con un régimen autoritario, gobernado por civiles, aunque tuvo prácticas de una dictadura militar, en los años setenta, ochenta y noventa, de forma más intensa durante la llamada guerra sucia.

La ultraderecha europea mantuvo una vida oculta, nunca desapareció por completo, sino que paulatinamente fue adaptándose a los nuevos tiempos y contextos. Levantaron la bandera del anticomunismo, del anticapitalismo, de la antidemocracia liberal y contra la construcción de la unidad europea. Algunos ejemplos son el Frente Nacional francés, fundado en 1972 por Jean-Marie Le Pen; el Partido Nacional Británico, fundado en 1982 por John Tyndall; o el Movimiento Social Italiano, fundado en 1946 por Giorgio Almirante.

El fin de la Guerra Fría y el impulso de la globalización obligaron a un ajuste programático de la ultraderecha, sus opciones eran construir un discurso atractivo para los sectores inconformes con la política de las élites tradicionales o continuar languideciendo en la marginalidad.

Como parte del proceso globalizador, la ampliación de la Unión Europea hacia el este generó un ambiente de inestabilidad y de pérdida de identidad entre algunos sectores de la población, que se sintieron amenazados por la llegada de inmigrantes, la competencia laboral, el riesgo a perder valores intrínsecos a la identidad nacional, la pérdida de soberanía y la llegada de valores culturales desconocidos. Por razones diversas estos núcleos sociales hallaron en la ultraderecha respuesta a sus temores y le inyectaron un nuevo impulso electoral y mediático.

La relevancia adquirida en las últimas dos décadas por la ultraderecha ha sorprendido tanto a las élites políticas como a los estudiosos del fenómeno político. A pesar de que no existen dos ultraderechas iguales en el mundo, ni siquiera en los países desarrollados, comparten algunos rasgos definitorios. Se trata de una corriente ideológica que se caracteriza por el pensamiento único, el nacionalismo el antiliberalismo en algún grado, el populismo, el autoritarismo y el rechazo a la inmigración, la diversidad y la integración regional.

Lo anterior se puede sintetizar en la desconfianza sobre las bondades del neoliberalismo globalizado, que tiene expresiones particulares en las diferentes regiones del orbe; como consecuencia de la crisis existencial social en la cual nos encontramos inmersos sin que tengamos conciencia de ello. Aunque los postulados programáticos y estrategias políticas difieran de país a país.

En la última década, la ultraderecha ha vivido un auge en ambos continentes, producto del descontento social generado por la crisis económica, la corrupción política, la inseguridad ciudadana y la pandemia de covid-19.

Algunos de sus representantes más destacados son Donald Trump, Jair Bolsonaro en Brasil, Georgi Meloni en Italia, Marine Le Pen en Francia, Viktor Orbán en Hungría, Javier Milei en Argentina, Santiago Abascal en España. Estos líderes comparten un discurso populista, que se basa en la polarización, la simplificación, la desinformación y la confrontación.

Estas corrientes comparten una agenda política, que se centra en la defensa de la nación, la familia, la religión, el orden y la seguridad. Y, además, comparten una estrategia comunicativa, que se apoya en las redes sociales, los medios afines y las noticias falsas.

La diferencia entre la ultraderecha de los países desarrollados y América latina es el discurso racista y que en Europa la ultraderecha está explorando la vía electoral para acceder al poder, ya lo logró en Italia y los países bajos, sin que desaparezcan los grupúsculos que recurren a la violencia. En el caso de Estados Unidos el trumpismo no tuvo empacho en hacer uso de la violencia para intentar impedir la toma de posesión de Joe Biden.

Brasil es otro caso en que la violencia se hizo presente, pero la institucionalidad de la mayor parte de las fuerzas armadas impidió prácticamente un golpe de Estado por parte del bolsonarismo. El triunfo de la ultraderecha en Argentina con Javier Milei tuvo en el discurso político rabioso y antisistema un factor de triunfo; el capitalismo libertario, expresión contradictoria y demagógica sin sentido de realidad golpeó la atribulada conciencia del electorado argentino. Los anarquistas libertarios deben de haber saltado en sus tumbas al ver como la ultraderecha más recalcitrante se apropiaba de su discurso político. Aunque, también requirió los votos de la derecha tradicional para ganar.

El camino para realizar las reformas pregonadas en la campaña electoral es un barranco, pues es minoría en el Congreso. La ruta de la violencia institucionalizada para alcanzar sus metas metería a Argentina en una crisis sin fondo. Todavía está por verse el comportamiento de las fuerzas armadas que se han distanciado de la política.

El discurso político de la derecha neoliberal globalizada cuestiona su nacionalismo económico y presenta a la ultraderecha como un desafío, lo cual es verdad, para la democracia, el respeto a los derechos humanos en particular y al Estado de Derecho en general, tanto en Europa como en América Latina. Sus propuestas suponen un retroceso en los avances sociales logrados durante décadas y una amenaza para la convivencia pacífica y el desarrollo sostenible, por su postura antiecologista.

Para las élites dominantes el discurso defensor de la democracia y sus libertades ha sido efectivo para ocultar la marginación al acceso de la mayoría de la población del planeta a estándares de bienestar socioeconómico acordes con la realidad económica, social y científica del siglo XXI. Las acciones de estas élites son las responsables del disgusto social que está nutriendo la fuerza política de la ultraderecha.

La derecha está cavando su tumba ante la ultraderecha. Lo lamentable, como siempre, es que los pueblos pagarán las consecuencias. El gran reto es construir una alternativa económica, política y social, realmente benéfica para la mayoría de la población. La clase política piensa en la próxima elección sin considerar la herencia que dejará a la siguiente generación.

Javier Santiago Castillo

Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública, con mención honorífica por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Candidato a Doctor en Ciencia Política en la misma institución. Es profesor titular “C” tiempo completo de la UAM-I, actuó en los 80's como coordinador nacional de capacitación electoral del Partido Mexicano Socialista; y representante de casilla del Partido Mexicano de los Trabajadores, de cuyo Comité Nacional formó parte. En los procesos electorales de 1991 y 1994 fue Consejero en el XXXVI Consejo Distrital Electoral del Instituto Federal Electoral en el D.F; se desempeñó como coordinador de asesores de Consejero Electoral del Consejo General en el Instituto Federal Electoral; representante del IEDF ante el Consejo de Información Pública del Distrito Federal; y Consejero Presidente del Instituto Electoral del Distrito Federal.