Danner González
@dannerglez
Los libros leídos son hojas de ruta. Las bibliotecas particulares son archivos de la memoria a los que uno vuelve para reinterpretarse y no olvidar de dónde viene. En el fondo, uno adquiere con el tiempo la manía de subrayar libros, de comentarlos y anotar en sus márgenes porque sabe que etlik escort volverá a ellos no para reelerlos sino para releerse a sí mismo y descubrir con asombro cómo ha evolucionado –o no– su pensamiento. Esa sería la primera razón que utilizaría en defensa del libro impreso y de las ya muy anticuadas bibliotecas.
La segunda es que uno vuelve al texto por el simple placer del texto mismo, como quería Barthes. Por eso he vuelto a repasar –como cada año– los títulos que he leído en este 2017 y de los cuales selecciono ocho que me parecieron sustanciales. Subrayo que no se trata de novedades editoriales, keçiören escort sino de lecturas aleatorias que marcaron mi año.
- Había mucha neblina o humo o no sé qué, de Cristina Rivera Garza. Rivera Garza nos cuenta de un Rulfo muy íntimo, muy suyo, con una escritura desaforada a medio camino entre el ensayo, el diario o el libro de viajes.
- Porfirio Díaz. Su vida y su tiempo. La guerra 1830-1867 de Carlos Tello Díaz. Si ya en El exilio: un relato de familia, Tello había contado con minuciosidad los avatares de los últimos días de la familia de Díaz –la suya–, esta nueva obra que le valió el Premio Mazatlán de Literatura no solo pasa revista a la formación del héroe sino que busca reinterpretar un segmento de historia que los libros oficiales nos negaron por muchos años, ante El Gran Villano, con mayúsculas.
- El punto ciego. Las conferencias Weinfield de Javier Cercas. Ya he contado en otra ocasión que soy un fiel lector de Javier Cercas. Devoro cada libro suyo recién salido a librerías. Este año pasado, además de leer El monarca de las sombras, leí este ensayo sobre literatura que por alguna razón no había llegado a México, pero además tuve ocasión de conocerle. Fui con cierta reticencia, por aquella máxima que dice que normalmente los buenos escritores son malas personas, pero me encontré un Javier Cercas simpatiquísimo, dicharachero y bajo los influjos de varios mezcales y licores diversos que, según contó, le habían recetado en Pujol.
- Wakefield de Nathaniel Hawthorne. Ágil relato del autor de La letra escarlata, nos cuenta la historia de un hombre que un buen día sin más decide dejar su casa para instalarse en el edificio de enfrente desde donde ve la vida pasar y con ella la cotidianeidad de su mujer y de su misma casa. ¿Qué resortes le mueven a tomar una decisión así? Recuerdo una nota de un periódico reciente: un japonés volvió a hablarle a su esposa después de veinte años de no dirigirle la palabra, pese a seguir compartiendo la misma casa y la comida y las costumbres todos los días. La realidad se empeña siempre en imitar a la ficción.
- El último lector de Ricardo Piglia. El querido Piglia de Respiración artificial y Plata quemada nos dejó el 6 de enero del año pasado y para mí fue particularmente entrañable adentrarme en este libro en el que explora los entresijos de la ficción. “Se lee un libro contra otro lector. Se lee la lectura enemiga. El libro es un objeto transaccional, una superficie donde se desplazan las interpretaciones”, escribió Piglia.
- Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor. Aventajada de nuestra generación, Fernanda se ha formado un camino entre los grandes novelistas de nuestro tiempo con tesón y con un estilo muy peculiar y gozoso. Temporada de huracanes narra la tragedia de nuestro Estado, Veracruz, con la sordidez de quien vive con la muerte al acecho, de quien sabe que la esperanza se ha ocultado –como diría Sánchez Ferlosio– en la etimología de la desesperación.
- Atlántica y el rústico, de María Baranda. Me gusta María Baranda por la misma razón por la que me gusta la poesía, porque es como un edificio de Le Corbusier, Tadao Ando o Zaha Hadid. Más allá de su funcionalidad, uno admira lo imponente del constructo, la belleza y el artificio. María Baranda es de esas poetas que lo entiende a la perfección, pues sabe que por encima de todo, ser poeta es estar al servicio de las palabras y buscarlas con afán de gambusino.
- El último intento, de Mariel Iribe Zenil. Los personajes de Mariel son mujeres y hombres viviendo sus particulares expresiones amorosas, en medio de silencios y fantasmas. Se agradece su lenguaje llano, sin alardes literarios ni grandes monólogos interiores. La narradora se dedica a contar historias de mujeres y hombres a quienes algo se les acaba: el amor, o la vida. El escenario escogido huele a río y a monte, a chiqueros y café de olla, a violín montuno y a amores silenciosos, de esos que aún durando toda la vida, un día se fueron para no volver.
Comenta y cuéntanos cuáles fueron los libros que leíste este año. El 2018 ya comenzó, así que si entre tus propósitos no está aún la lectura, todavía es tiempo de agregarlo y de leer unos cuantos libros al año… aunque sea en defensa propia.