Por Danner González
@dannerglez
Discurso pronunciado el 31 de mayo de 2021, en Xalapa, Veracruz, con motivo de la recepción de la Presea a la Labor Legislativa “Hermila Galindo Acosta”, otorgada por el Semillero de Derecho Parlamentario y Técnica Legislativa de la Universidad Veracruzana.
Agradezco la presea con que se me distingue hoy y me honra compartir este espacio con maestras y maestros de mi formación académica como el doctor José Lorenzo Álvarez Montero y la doctora Araceli Reyes López; con maestras de convicciones claras como la senadora Gloria Sánchez, la senadora Bertha Caraveo y compañeros de lucha como el senador Ernesto Pérez Astorga, la diputada Angélica Pineda y mi amigo Juan Manuel Velázquez. Para todas y todos los recipiendarios de este premio, que es también un recordatorio de la alta responsabilidad que implica la vida parlamentaria, mi reconocimiento constante. Apreciamos por supuesto también la hospitalidad del Dr. Mario Raúl Mijares Sánchez, Rector del Colegio de Veracruz, que realiza una muy significativa labor académica en nuestro estado.
Qué oportuno es que una de las preseas que hoy se entregan, lleve el nombre de Hermila Galindo Acosta, defensora de los derechos de las mujeres de primera hora. La vemos con 15 años participando en clubes liberales y organizando causas en defensa de la soberanía. La vemos en 1915, fundando al lado de mujeres igualmente valerosas, la revista “La mujer moderna”, alentando la educación sexual y la igualdad entre mujeres y hombres. La vemos en diciembre de 1916, como la presencia femenina más fulgurante del Constituyente de Querétaro con apenas 20 años, haciéndose presente mediante un escrito dirigido a los constituyentes, pugnando por el reconocimiento de los derechos político-electorales de las mujeres. La vemos participando en 1917 como diputada al Congreso por la Ciudad de México, desafiando a quienes ponían en duda su derecho, en razón de género.
Parecería difícil de creer que casi un siglo después, todavía en 2007, a Eufrosina Cruz, le negaron el derecho a ser votada en Santa María Quiegolani, Oaxaca, por el catálogo de usos y costumbres que omitía la palabra mujer.
Hoy asistimos a la primera legislatura de la paridad de género, pero queda mucho por hacer y los parlamentos deben ser instrumentos al servicio de las mejores causas. Permítanme abundar al respecto:
La buena política tendría que incorporar nuestros mejores sentimientos. La buena política es conversación permanente con el otro, voluntad de diálogo y altura de miras para la construcción de acuerdos. Acordar, nos enseñaron los latinos, tiene en su raíz etimológica el genitivo cordis, es decir, el corazón. Acordar implica unir los corazones. No es casualidad que palabras como acreditar, recordar o misericordia, tan esenciales para el ejercicio de lo público, tengan al corazón como eje gravitatorio.
Parlamentar es pues, acordar con un bien supremo en mente: la Nación Mexicana. Es pensar, en la soledad de la tribuna, como Soto y Gama en la Convención de Aguascalientes: “Cuando se viene a esta tribuna no se es villista ni zapatista ni constitucionalista, se es mexicano”. En la soledad de la tribuna, en esos instantes fugaces en que se camina de la curul o el escaño, y se hace el rarísimo milagro del silencio en la Asamblea, el o la legisladora, se separa de la bancada a la que pertenece, para hablarle –a veces a nombre de su grupo parlamentario–, pero al final de cuentas, siempre con su voz personalísima, a la República.
Nuestro querido Tito Monterroso, a quien debemos cuentos políticos como aquel que dice “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, fue capaz de resumir la vida parlamentaria del siglo XX mexicano en una frase que por humorística no deja de encerrar verdades como puños: “El senador se puso de pie como un solo hombre”.
Un acto de rebeldía en tiempos de sospechosas unanimidades.
Nos ha alcanzado ya la segunda década del tercer milenio. No son ya los días de las mayorías monolíticas e imperturbables, ni tendrían por qué volver a serlo. Un Congreso digno debe tener por misión esencial, exorcizar cualquier tentación autócrata que pretendiese convertir a la República en el país de un solo hombre.
No hay, por lo tanto, traición en el acuerdo en la arena parlamentaria, si el bien superior es la patria. No hay felonía en el disenso si se obra con lealtad hacia los principios supremos o si el bien jurídico a tutelar peligra por los excesos de alguno de los poderes del Estado. El sentido primigenio de los parlamentos es revisar la actuación de estos, equilibrarlos, frenarlos y contrapesarlos si fuere necesario.
La justicia, nos dice Rawls, es la primera virtud de las instituciones sociales. Pero, ¿cómo se construye? ¿desde qué visión o desde qué sistema de pensamiento? “Para entender plenamente una concepción de la justicia –escribe Rawls– tenemos que hacer explícita la concepción de cooperación de la cual se deriva”.
Esta idea nos recuerda la parábola de los erizos de Schopenhauer, en la cual estos seres pequeñitos, punzantes, experimentan un dilema: han de acercar sus cuerpos para producir calor, a fin de no morir de frío. Pero al juntarse, sus púas les producen dolor, así que deben encontrar, un punto medio que no los dañe ni los congele.
¿Puede ser el Congreso un lugar de encuentro entre visiones antagónicas? ¿Cómo construir consensos sin negociar la dignidad de quienes parlamentan?
Ronald Dworkin, en su Justicia para erizos nos da la pauta para entender que hay dos esferas de la dignidad que deben tomarse en cuenta. La primera parte de la dignidad, “es un sentido de respeto propio”.
“La segunda parte de la dignidad es esta: una persona tiene que asumir responsabilidad por cada vida, y esa es la persona a quien pertenece esa vida. (…) Deberíamos buscar una interpretación de cada una de esas ideas que respete ambas partes de la dignidad –ambas partes que a simple vista parecieran tirar en direcciones opuestas–.”
Tanto Rawls como Dworkin apuntan hacia la justicia desde una concepción de claro reconocimiento del otro y de sana coexistencia, sin comprometer la dignidad ni lastimarse unos a otros.
A propósito de este dilema, escuchamos la voz del poeta Cernuda:
“Como en los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos”.
En mis clases de Derecho Parlamentario y de Oratoria Política siempre recomiendo leer poesía, no solo porque la poesía salva, sino porque en ella se encuentran la bondad y la belleza, pero también la cadencia musical y la oralidad necesarias para convencer en medio del letargo de las asambleas.
Los mitos griegos nos enseñaron que los poetas fueron los primeros legisladores, porque aprendieron a nombrar lo que aún no existía y en consecuencia, dieron forma y cuerpo a los sueños por medio de la palabra. También el legislador crea cuando imagina los supuestos normativos en que habrá de incurrir la realidad de millones de personas concretas, con necesidades y dolores, con sufrimientos y padecimientos específicos.
Los caminos se tocan, pero también se bifurcan. Hay momentos decisivos en la vida parlamentaria en que el legislador debe decidir y decidirse sobre una cuestión que lo confronta con sus convicciones. Max Weber distingue la ética de la convicción de la ética de la responsabilidad de esta manera:
“No es que la ética de la convicción sea idéntica a la falta de responsabilidad o la ética de la responsabilidad a la falta de convicción. No se trata en absoluto de esto. Pero sí hay una diferencia abismal entre obrar según la máxima de una ética de la convicción, tal como la que ordena (religiosamente hablando) ‘el cristiano obra bien y deja el resultado en manos de Dios’ o según una máxima de la ética de la responsabilidad, como la que ordena tener en cuenta las consecuencias previsibles de la propia acción”.
Hasta aquí la cita de Weber, que no Chatanooga. Todo legislador ha de preguntarse ante quién es responsable. ¿Ante su líder? ¿Ante su partido? ¿Ante sus electores? Y ya respondida esa cuestión, debe obrar en consecuencia y esperar el juicio de la historia.
Este 2021 se cumplen 20 años de que decidí hacer política desde las izquierdas progresistas y 15 de haber tenido el alto honor de servirle al país desde un espacio como asesor parlamentario en el Senado de la República. En días aciagos de deshonor y fraude electoral, dimos la batalla para frenar la reforma energética privatizadora que por entonces se pretendía. Tomamos las tribunas del Congreso, dormíamos entre los escaños, en colchones inflables y colchonetas. De esos años de ser oposición, destaco la prestancia y el temple de quien fuera mi maestro, el Senador José Luis Lobato Campos, tribuno de largo aliento.
Se cumplen también 6 años de haber concluido la Sexagésima Segunda Legislatura del Congreso de la Unión en la que tuve el alto honor de ser legislador federal y vicecoordinador de mi Grupo Parlamentario. Esa legislatura será recordada porque denunciamos los moches, nos opusimos a la mal llamada reforma educativa y aprobamos, entre otras adecuaciones necesarias, la Ley General de Transparencia y Acceso a la Información Pública.
Agradezco a la Senadora Gloria Sánchez Hernández, haberme permitido acompañarla en esta Sexagésima Cuarta Legislatura. El presente veracruzano no puede entenderse sin la sabiduría política de nuestra querida maestra Gloria, quien ha hecho de la congruencia y la prudencia, virtudes superiores.
Espero no haberme equivocado, o no mucho, pero en cada una de esas responsabilidades siempre he sentido el llamado de mi conciencia, para no traicionar aquello en lo que tengo firmes convicciones. Cuando mis hijas, que hoy me acompañan, me pregunten en dónde estuve todos estos años críticos, espero poder contestarles con la frente en alto, que estaba sirviéndole a México, porque servir a México debe ser un honor, una pasión y un compromiso.
Amigas y amigos del Semillero en Derecho Parlamentario y Técnica Legislativa:
La dignidad es el asidero al que debe aferrarse todo legislador, aspirando siempre a dignificar la vida pública y a no ensuciar, con traiciones, el Diario de los Debates.
Ustedes han logrado, en dos años, lo que muy pocos espacios de reflexión universitaria: poner al centro del debate y de la formación de los futuros profesionales del Derecho, la cuestión parlamentaria. Qué bueno que se hayan asumido como un Semillero, porque entre las y los jóvenes que lo integran, se siembra la semilla que habrá de germinar en las Cámaras Legislativas en un futuro no lejano. Para ustedes, el mañana es hoy.
Para quienes hacemos política, y de manera muy acentuada para quienes fuimos oposición muchos años, quizá el desafío principal sea el reconocimiento del otro, la capacidad de coexistir con el pensamiento distinto y la virtud de saber ahuyentar la tentación del pensamiento único. Los equilibrios son necesarios siempre, en la política como en la vida. Michael Oakeshott, quizá el mayor filósofo inglés del siglo XX, escribió en su obra Racionalismo en política:
“Así en la actividad política navegan los hombres por un mar sin límite y sin fondo; no hay puerto para el abrigo ni fondo para el anclaje; no hay un lugar de partida ni un destino designado. Lo que se busca es mantenerse a flote con la quilla nivelada; el mar es a la vez amigo y enemigo, y la pericia del marino consiste en usar los recursos conforme a la manera tradicional del comportamiento para hacer un amigo en toda ocasión hostil”.
Hasta aquí la cita de Oakeshott.
Para quienes son legisladores y para quienes lo serán muy pronto, mi mejor deseo es que sepan mantener la quilla nivelada en el barco de la República, que navega siempre entre aguas procelosas.
¡Buen viento y buena mar!