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Por Danner González

@dannerglez

 

Aceptémoslo: Nuestra sociedad padece una angustia crónica, el encabronamiento es cotidiano y colectivo; en nuestro mundo faltan remansos de paz y sobran idiotas. Vivimos estresados. El año pasado causaban sensación los “spinners” entre las niñas y niños en edad escolar. Recuerdo haberle preguntado a un niño de nueve años por qué todos querían tener uno. –Es que sirven para el estrés, me dijo, dejándome descolocado.

 

Por estos días, en Youtube triunfan entre nuestras criaturas los vídeos de gente que enseña a hacer “slimes”, una sustancia viscosa que me recuerda a Pegajoso, (Slimer en inglés) la mascota de los Cazafantasmas. Los “slimes” se venden por todas partes, en todos los colores. Causan furor y desasosiego. Pero, ¿qué hacen con ellos? Le pregunté a mi hija hace poco. –Nada, papá, solo relajan. ¿Qué preocupaciones podrían tener niñas y niños de menos de diez años? Es claro que la histeria de nuestro tiempo se está apoderando de todos.

 

En su extraordinario libro La inteligencia emocional. Por qué es más importante que el cociente intelectual, Daniel Goleman se pregunta qué hace que personas con un elevado coeficiente intelectual tengan dificultades mientras personas de cociente intelectual modesto puedan desempeñarse sorprendentemente bien. El arte de nuestra época es complicarlo todo. Vivir en tiempos revueltos exige de nosotros dominio de sí mismo y compasión. Parece fácil, pero no lo es.

 

Goleman sostiene que nuestros primeros recuerdos emocionales se establecen antes de que conozcamos las palabras que expresan la experiencia, y por lo tanto, cuando esos recuerdos emocionales vienen a nuestra mente a lo largo de la vida, no existe un conjunto de pensamientos articulados sobre la respuesta que nos domina. Muchos culpan a su temperamento, dicen que infancia es destino, no obstante la vida es, como nos enseñó Jacob, una perpetua lucha con el ángel hasta el alba. Hemos olvidado una verdad casi científica: la felicidad es pasajera, pero el demonio es constante.

 

Si es evidente que la mayor parte de las decisiones que tomamos tienen base en nuestras emociones, y que no existe una inteligencia monolítica sino inteligencias múltiples, entonces, ¿por qué nos preocupamos por educar nuestro intelecto y no por desarrollar la inteligencia límbica, que afecta a nuestros demás sentidos? Si dudas aún de este planteamiento piensa en lo siguiente: ¿Te mueven el amor, la fe o la esperanza? ¿Encuentras asiento para estos valores en la fría racionalidad cognitiva?

 

Peter Salovey, psicólogo de Yale, identifica cinco pasos para trabajar nuestra inteligencia emocional:

  1. Conocer las propias emociones. No tener claro nuestro mapa emocional nos impide comprender por qué actuamos de la forma en que lo hacemos. Conócete a ti mismo, mandaba el oráculo de Delfos.
  2. Manejar las emociones. Serenarnos, librarnos de la ira, la ansiedad o la tristeza inherente al pensamiento –George Steiner da diez razones para esta tristeza en un fornido ensayo que recomiendo–, es esencial para afrontar los sinsabores de la cotidianeidad.
  3. La propia motivación. Mantenernos enfocados en lo importante nos hará desechar las trivialidades o preocupaciones que nos consumen tiempo y nos hacen menos eficaces y productivos.
  4. Reconocer emociones en los demás. Empatizar es ponerse en los zapatos del otro, aprender a mirar el mundo con visiones distintas a la nuestra. Cuando se ve el bosque, más allá del árbol, comienza a cambiar la percepción sesgada que hemos mantenido como una verdad irrefutable.
  5. Manejar las relaciones. Este punto es quizá la joya de la corona. Implica poner en marcha las cuatro acciones anteriores, y sumar a ellas el liderazgo y la eficacia interpersonal.

 

Nos domina a menudo nuestra inteligencia primitiva. Controlar nuestros impulsos supone una lucha constante, y la puesta en marcha de estrategias que nos ayuden a tomar decisiones menos aceleradas. Goleman sugiere un gran poster con un semáforo de seis pasos:

Luz roja:

  1. Detente, cálmate, y piensa antes de actuar.

Luz amarilla:

  1. Cuenta el problema y di cómo te sientes.
  2. Proponte un objetivo positivo.
  3. Piensa en una cantidad de soluciones.
  4. Piensa en las consecuencias posteriores.

Luz verde:

  1. Adelante, y pon en práctica el mejor plan.

 

Cuenta la Escritura que Jesús el Cristo escogió en sus tempranos recorridos por las riberas del Mar de Galilea a hombres iletrados como sus apóstoles. ¿Qué tenían estos pescadores que no haya encontrado el Cristo entre los rabinos de Jerusalén? Paz mental, riqueza de espíritu, humildad para cambiar. Fue esa humildad y esa apertura mental la que hizo una transformación que ha sobrevivido a los vendavales del humor social de los tiempos para llegar hasta nuestros días en forma de amorosa doctrina. La inteligencia emocional habita en las pequeñas cosas. Dedicarle tiempo a formar generaciones emocionalmente inteligentes es tal vez el desafío más grande de nuestro tiempo.

Danner González

Especialista en comunicación y marketing político. Ha realizado estudios de Derecho en la Universidad Veracruzana; de Literatura en la UNAM; de Historia Económica de México con el Banco de México y el ITAM, y de Estrategia y Comunicación Político-Electoral con la Universidad de Georgetown, The Government Affairs Institute. Máster en Comunicación y Marketing Político con la Universidad de Alcalá y el Centro de Estudios en Comunicación Política de Madrid, España, además del Diplomado en Seguridad y Defensa Nacional con el Colegio de Defensa de la SEDENA y el Senado de la República. Ha sido Diputado Federal a la LXII Legislatura del Congreso de la Unión, Vicecoordinador de su Grupo Parlamentario y Consejero del Poder Legislativo ante el Consejo General del Instituto Nacional Electoral. Entre 2009 y 2010 fue becario de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores en Córdoba, España. Sus ensayos, artículos y relatos, han sido publicados en revistas y periódicos nacionales e internacionales. Es Presidente fundador de Tempo, Política Constante.