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Maliyel Beverido

 

No cabe duda que los viajes ilustran, y los museos también. Ustedes perdonarán mi ignorancia, pero yo no sabía nada de una corriente pictórica estadounidense llamada Precisionismo hasta que visité la exposición Cult of the machine (Culto a la máquina) en el museo De Young de San Francisco.

Allí descubrí un arte que se apropió de técnicas y formas venidas de otros lugares para ponerlas al servicio de un ideal profundamente nacionalista.

Influidos por la oleada de vanguardias surgidas en Europa, los artistas estadounidenses reprodujeron sus propias versiones, así hubo un Impresionismo norteamericano, un Realismo norteamericano,  y hasta un Dadá nortemericano. Pero además, por ahí de los años 20es, junto con el florecimiento industrial que los Estados Unidos adquirieron tras la primera guerra mundial, y siguiendo pautas del Cubismo, el Futurismo y hasta, diría yo, del Art Decó, algunos artistas comenzaron a experimentar con la simplificación geométrica, los colores sólidos, la composición dinámica y las temáticas enfocadas en el desarrollo de las ciudades,  la industrialización del campo y los avances tecnológicos de la época.

En el país coexistía un entusiasmo por la tecnología como medio para mejorar las condiciones de vida y un temor ante la posible sustitución del hombre por la máquina.  Los precisionistas, dice una de las cédulas en el museo “reflejaban esas contradicciones y complejidad en su trabajo, capturando el sentido de la belleza y la frialdad, lo sublime y lo extraño de la sociedad mecanizada en la que vivían”. 

Se puede decir que buscaban la estética de la eficacia, como lo hicieron los griegos con el cuerpo humano, pero con las máquinas.

Una de las pinturas con que inicia la muestra es Watch, de Gerald Murphy: un gran óleo de formato cuadrado que encierra el ensamblaje de dos mecanismos de relojería. A pesar de la intrincada composición, las líneas claras y la paleta ejemplifican bien este elogio a la modernidad.

Se atribuye a Charles Sheller, fotógrafo y pintor, la denominación de esta escuela, ya que él hablaba de  alcanzar en sus obras detalle y precisión a través del rigor formal. Esta precisión era posible mediante la fotografía, tanto como fin último como paso intermedio. Por ejemplo, la Ford le encargó a Sheller documentar el proceso de fabricación de uno de sus modelos y la operación de una nueva planta automatizada en 1927. Las tomas, además de cumplir con los fines promocionales para los que fueron encargadas, recibieron elogios por su estética, y más tarde Sheller se basó en ellas para pintar paisajes industriales.  

Me sorprendió ver allí obras de Georgia O’Keeffe, a quien más bien relacionaba con flores o desiertos, pero que también tiene vigorosas obras precisionistas. También en este culto a la máquina se encuentran Charles Demuth, Paul Strand, Francis Criss, Joseph Stella, Edmund Lewandowski y otros que tuve que llegar a mi casa a googlear para conocer más.

Contrariamente al Estridentismo surgido en México más o menos por la misma época, los precisionistas nunca se constituyeron explícitamente ni formularon manifiestos como grupo, pero se conocían entre sí, eran amigos y se nutrían y desafiaban mutuamente.

La exposición no es demasiado extensa, pero sí lo bastante para reunir pinturas y fotografías de los artistas más representativos del Presicionimso así como piezas utilitarias de diseño acorde y algunas obras de los europeos expatriados que rondaban entonces los salones de arte neoyorkinos, como Francis Picabia, Marcel Duchamp y Fernand Léger.

Las obras están repartidas en seis secciones. Además de la ficha técnica que acompaña cada obra, y una cédula que aborda aspectos estéticos e históricos, hay en las paredes algunas frases que destacan  la preponderancia  de una visión optimista de la máquina y de los Estados Unidos como epicentro del desarrollo, como esta de Francis Picabia, que data de 1915:

Dado que la maquinaria es el alma del mundo moderno, y dado que el genio de la maquinaria alcanza su máxima expresión en Norteamérica, ¿no es razonable creer el arte del futuro florezca más brillantemente en Norteamérica?

O esta otra de un profesor del MIT, Erik Brynjolfsson, y que es de 2014:

Ahora viene la segunda Era de la Máquina. Las computadoras y otros avances digitales están haciendo por la fuerza mental - la capacidad de usar nuestro cerebro para comprender y moldear nuestro entorno- lo que la máquina de vapor y sus descendientes hicieron por la fuerza muscular.
 

Sin embargo hacia el final de la exposición hay una parte que se refiere a la muy austera presencia de la figura humana en la pintura y en la fotografía precisionista, lo cual enfatiza la deshumanización del mundo industrializado. Y, como todo tributo a los ideales de un futuro, visto a casi cien años de distancia el precicionismo es más bien una nota de nostalgia de una época en la que se creía aún que lo mejor estaba por venir.

Manufacturas, puentes, rascacielos, almacenes… hasta el humo de las chimeneas industriales adquiere un aire idílico, no se habla todavía de contaminación, desperdicio, y mucho menos de sustentabilidad o de producción amigable con el ambiente. 

Me pregunto qué quedará en cien años del arte que se hace hoy en día y si esta nueva Era de la Máquina traerá, finalmente, alguna mejora a nuestras vidas.

 

 

Maliyel Beverido Duhalt

Maliyel Beverido nació y creció en las brumas de Xalapa, Veracruz. Es traductora, poeta y promotora cultural. Cursó estudios de lengua y literatura francesa en la Universidad Paris VII Denis Diderot, y la Licenciatura en Educación Artística en la Universidad Veracruzana. En el ámbito de la creación literaria fue becaria del el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes así como del Instituto Veracruzano de la Cultura. Ha publicado cinco libros de poesía. Cientos de veces, figura en la colección Ficción de la UV. Ha traducido a autores como Guillevic, Xavier de Maistre y Jules Renard. Coordinó los Espacios de Exposición Temporal en el Museo de Antropología de Xalapa de 2005 a 2013. Desde finales de 2013 dirige la Casa del Lago de la Universidad Veracruzana