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¡Adiós benditas redes sociales! ¡Hola, vida real!

 

Por Danner González

@dannerglez

 

En los últimos días he meditado detenidamente mi permanencia en redes sociales. Abrí Facebook un buen día y rápidamente Twitter se sumó con toda su contundencia. Recuerdo que la pasábamos bien y compartíamos contenidos interesantes. Llegué a pensar en Wikipedia como las Noches Áticas de nuestro tiempo. Hubo poetuits. Un par de jóvenes ingleses resumieron con precisión las grandes obras de la literatura universal en un librito de Penguin, a modo de tuits, que leí con fruición.

Con la vida pública se hizo necesario tener una fan page para compartir los contenidos de trabajo, informar, con la esperanza de transformar a nuestra sociedad usando los canales impuestos por quienes nos controlan. Hoy sabemos que Mark Zuckeberg y compañía, están allí, como en el panóptico imaginado por Bentham, viendo nuestras vidas pasar, y lo que es peor, haciendo que pasen. Controlan lo que vemos y lo que otros ven de nosotros.

Si Shakespeare dijo que estamos hechos de la misma sustancia de la que están hechos los sueños, podemos decir ahora sin temor a equivocarnos que nuestras vidas están cosidas a algoritmos de espías multidisciplinarios que nos ven, nos oyen y luego nos sugieren las llantas que estábamos buscando o el paquete de vacaciones anheladas, una noche comentadas en la alcoba. Podríamos decirle a Google aquello de Sr. Chinarro: Se nota que tú crees en el destino, el destino turístico.

Asistimos a los rituales de la frivolidad y el consumo inclemente, a los grupos de odio de los cuales sin pensarlo nos volvimos parte. Nos recetan vulgaridad y violencia descarnada en fotos y vídeos asignados aleatoriamente. En algún momento, comencé a eliminar a quienes compartían contenidos de mal gusto, para no tener que zamparme sus posteos. Pero uno se va enojando sin darse cuenta, la paciencia se agota, la zozobra ronda y no podemos controlarlo todo. Vemos publicaciones que habíamos intentado ocultar, porque un tercero compartió el contenido insufrible. Y luego un cuarto, y un quinto. Es un no parar.

El espacio público se reconfigura en dimensiones inimaginables. Es ya cotidiano ver ciudadanos alegando violado su derecho de petición porque enviaron un e-mail que no fue respondido, o mandando peticiones y archivos de trabajo por Facebook o Instagram. Los bloqueos y demandas se salen de control. La Suprema Corte de Justicia de la Nación ha ordenado a funcionarios desbloquear a usuarios de Twitter alegando que se viola el derecho a estar informado. Pero, ¿no colisiona tal derecho con el insulto, la descalificación, o las amenazas personales? ¿Dónde termina la vida pública y comienza la privacidad como remanso de paz del ser humano?

Erich Fromm escribió que practicar el arte de amar requiere disciplina, concentración, paciencia, fe racional, esta última entendida como la visión construida de las cosas que uno persigue. ¿Cómo se puede amar angustiados, o parloteando trivialidades en medio de malas compañías? La capacidad de estar solo, hacerse sensible a uno mismo es la condición indispensable para amar, dice Fromm. Pienso con Aristóteles que hay que practicar más el sueño de los despiertos. Hace poco mi celular me informó que había pasado 20 horas a la semana en él. La vida es breve para perderla con las pupilas en el brillo de una pantalla de retina. ¿Ya se dieron cuenta que casi nadie llama ya a los teléfonos fijos?

Mientras escribo esto me llega una notificación de Amazon que reza: “Tenemos todo lo que tu bebé necesita”. Ojalá fuera cierto, porque nuestras familias requieren amor todos los días, todo el tiempo, y una escucha empática que obstruyen los smartphones, las plataformas de streaming y las redes sociales. No se puede dar amor mientras estamos distraídos.

Por estos días hay gente subiendo sus fotos con el filtro de una aplicación que les “muestra cómo se verán de viejitos”. Es simpático, al tiempo que les roba información como antes lo hizo la app que mostraba cómo se vería una persona si fuera del sexo opuesto. Son aplicaciones atractivas porque nos distraen. Fantasear nos remite a nuestros miedos, a las más recónditas tristezas, las que no nos atrevemos a mostrar frente a los otros. Eso, sin olvidar que ninguna App puede predecir cómo nos veremos si llegamos a viejos. ¿Seremos calvos? ¿Se nos nublarán los ojos? ¿El ritmo de la vida nos deformará el rostro o lograremos transpirar la paz que solo da una vida armoniosa? Sé que al escribir este texto pareceré un viejito gagá. Considérese pues a este, mi filtro de FaceApp, envejecido.

Dicho lo anterior, suspenderé el uso de mis redes sociales hasta otro momento. Cuento al día de hoy con 20,301 seguidores de Facebook, 22,043 en Twitter, y 4,424 en Instagram. Consigno el número para que se entienda que alguna vez fue importante. Volveré a escribir, a leer libros, a encontrarme para charlar con amigos cuando me apetezca. Quizá si reducimos las horas de teléfono, lograremos concentrarnos y recuperar la disciplina y la pasión por el estudio, la contemplación, el pensamiento. Quizá es tiempo de hacer entender a quienes nos escriben por Facebook, Twitter o Whatsapp, que dos palomitas azules no equivalen a un acuse de recibo oficial y que la falta de respuesta también es una respuesta.

No soy ingenuo, sé que este texto se publicará en esas redes sociales, y que verá más oscuridad que luz porque no es compatible con el último meme, no está al grito del más reciente trending topic ni tiene nada que ver con la morbosa pelea entre Carlos Trejo y Alfredo Adame. “No le aunque”. Sea este un “babay”, nos vemos luego, colegas.

A quienes sientan la humana necesidad de saber de mí, siempre les quedará el recurso de llamarme y de quedar para preguntar: cómo estás, qué ha habido, a qué dedicas el tiempo libre. Nos volveremos a encontrar en las redes sociales, desintoxicados, cuando no haya de otra. Mientras tanto, nos vemos en la calle, en el café, en el bar. La vida, como la verdad, está allá afuera.

Danner González

Especialista en comunicación y marketing político. Ha realizado estudios de Derecho en la Universidad Veracruzana; de Literatura en la UNAM; de Historia Económica de México con el Banco de México y el ITAM, y de Estrategia y Comunicación Político-Electoral con la Universidad de Georgetown, The Government Affairs Institute. Máster en Comunicación y Marketing Político con la Universidad de Alcalá y el Centro de Estudios en Comunicación Política de Madrid, España, además del Diplomado en Seguridad y Defensa Nacional con el Colegio de Defensa de la SEDENA y el Senado de la República. Ha sido Diputado Federal a la LXII Legislatura del Congreso de la Unión, Vicecoordinador de su Grupo Parlamentario y Consejero del Poder Legislativo ante el Consejo General del Instituto Nacional Electoral. Entre 2009 y 2010 fue becario de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores en Córdoba, España. Sus ensayos, artículos y relatos, han sido publicados en revistas y periódicos nacionales e internacionales. Es Presidente fundador de Tempo, Política Constante.