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Por Itzel Ahuactzin  

@itzeelam

Después de que el pasado 31 de diciembre autoridades sanitarias de China dieron a conocer por primera vez sobre la existencia del coronavirus (COVID-19), la alerta de expansión se mantenía solamente en el territorio de dicho país; sin embargo, la propagación del virus se dio de manera rápida, principalmente a los países asiáticos y más tarde a los europeos, siendo estos últimos los más afectados por el COVID-19. 

Las medidas necesarias comenzaron a tomarse, pues el virus iniciado en la ciudad de Wuhan, China, para el mes de febrero ya tenía presencia también en algunos países de África y de América. La preocupación de la gente se lograba ver hasta cierto punto controlada gracias a las declaraciones de los diversos gobiernos del mundo y sus respectivas acciones ante la situación. 

Una de las decisiones más radicales fue poner bajo cuarentena a ciertos territorios, China en la ciudad de Wuhan  e Italia, solo el norte del país, acción que fue cambiada el pasado 9 de marzo, pues el gobierno decidió que esta medida sería aplicada a todo el territorio después de que Italia fuera declarado el segundo país con más muertes y contagios. 

El verdadero caos se vio llegar el miércoles 11 de marzo cuando el Director General de la Organización Mundial de la Salud (OMS), durante su conferencia de prensa declaró al COVID-19 como pandemia. A pesar de ello, se explicó que esto no necesariamente debía tomarse como algo negativo, sino al contrario, trabajar de la mejor forma y buscar una solución al control de este nuevo virus. 

Sin embargo, las especulaciones no se hicieron esperar y después del lunes negro, el miércoles se convirtió en la caída más baja de las bolsas del mundo, lo que ocasionó grandes pérdidas y un aumento al precio del petróleo. También países como Estados Unidos, Argentina, Arabia Saudita, El Salvador, entre otros,  declararon el cierre de sus fronteras a ciudadanos asiáticos y europeos para evitar así un mayor número de casos de contagio. 

Todo esto en la era de la globalización parecía imposible, la interdependencia económica y comercial que existe actualmente ha sufrido un daño colateral debido a las decisiones tomadas alrededor del mundo, ejemplo de esto es el precio histórico al que llegó el dólar en los últimos días. El aislamiento de países puede parecer quizá un tanto injusto, pero para muchos otros, es un mal necesario que debe tomarse después de que varios líderes mundiales resultaron contagiados, tal es el caso de la mayoría del gabinete iraní o del presidente brasileño Jair Bolsonaro. 

Es necesario recordar que durante toda la primer campaña electoral del presidente estadounidense Donald Trump se buscaba el cierre de las fronteras, se llegó a pensar que era una idea que impactaría de manera negativa el desarrollo de los países involucrados con ese territorio y del mismo Estados Unidos. Este panorama ha sido considerado por algunos expertos como una idea ultranacionalista y aunque es cierto que las situaciones no son las mismas y en esta ocasión puede ser necesario cortar cualquier tipo de comunicación, también es cierto que la emergencia de salud internacional ha aumentado el racismo y la xenofobia contra los ciudadanos chinos. 

Esto se ve reflejado en el rechazo de personas provenientes de ese país, al atribuirles la culpa de lo que sucede en la actualidad; sin embargo, de la misma forma que ocurre con las fronteras, esto puede ocasionar discursos de odio y se entra en un nuevo dilema: las tradiciones y cultura vs las medidas de salud necesarias y el respeto a los animales. 

Itzel Ahuactzin

Estudiante de la carrera de Relaciones Internacionales en la Universidad del Valle de México. Ha fungido como auxiliar analista en la Secretaría de Relaciones Exteriores en la región de Centroamérica y el Caribe. Asimismo, ha cursado y acreditado diversos de actualización sobre Derecho Internacional Público y sobre la región de América Del Norte.