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Por Salvador López Santiago

@sls1103

 

“Lo que eres se expresa con tanta fuerza que no puedo oír lo que dices”.

—Ralph Waldo Emerson, filósofo y poeta.

El 26 de septiembre de 1960, en Estados Unidos se llevó a cabo el primer debate presidencial televisado en la historia y fue entre el vicepresidente republicano Richard Nixon y el senador demócrata John F. Kennedy. Este acontecimiento marcó un parteaguas dentro de la comunicación política al evidenciar que al emitir un mensaje se deben tomar en cuenta distintos elementos y no solo los aspectos discursivos o del contenido propio de un discurso. Quienes escucharon el debate por la radio daban como ganador a Nixon, pero quienes lo vieron por televisión, no tuvieron duda de que el gran vencedor fue Kennedy.

Ese día resultó fatídico Nixon y catapultó a Kennedy. Mientras el primero llegó con un traje claro e incluso enfadado; el segundo vistió un traje obscuro y lució con una postura fresca. Sobre los colores de la vestimenta, cabe precisar que en ese entonces la televisión era a blanco y negro, por eso la elección del republicano terminó siendo una terrible decisión, para colmo, se relata que Nixon había estado hospitalizado por una cirugía en la rodilla izquierda, tenía fiebre y malhumor, factores que no le permitieron demostrar su experiencia en el Poder Ejecutivo —era el segundo del presidente Dwight Eisenhower—.

En contraste, Kennedy se mostró cómodo, ligero y sonriente; tenía un bronceado envidiable, tras semanas de campaña por todo el país. Fue tanta su presencia que Howard K. Smith, quien moderó ese primer encuentro, expresó que al ver al demócrata tuvo la impresión de que éste avanzaba “como un atleta que va a recibir su corona de laureles”. Por eso a nadie extrañó que Kennedy se levantó en las preferencias electorales después del debate visto por alrededor del 40% de los 180 millones de habitantes norteamericanos; y con esa inercia, posteriormente llegaría a la presidencia con el 49,72% del electorado.

A 61 años del debate que cambió para siempre la comunicación en las campañas electorales, es oportuno referirnos a elementos indispensables al comunicar. En este sentido, lo primero que debemos tener claro es que no es suficiente tener una magnifica pieza discursiva e incluso, ni siquiera, basta con ser un buen orador; si no se conecta con la audiencia, el mejor discurso puede fracasar y el mejor orador puede pasar desapercibido.

Al hablar se debe buscar impactar y para lograrlo, antes hay que identificar la emoción presente y la emoción necesaria para conseguir el objetivo de encantar, seducir, atrapar, convencer y cautivar. Una fórmula eficaz para dichos fines la encontramos en el trinomio conformado por entender lo que se quiere decir, exponer nuestro mensaje a través de historias cuyo hilo conductor sean las emociones y que exista congruencia entre la personalidad y el mensaje que se dice.

La voz es el músculo del alma y el cuerpo es motor que la mueve. El cuerpo es la herramienta que, muchas veces sin darnos cuenta, potencializa o destruye nuestro discurso. Lo anterior obedece a que no hablamos únicamente con la boca, sino que lo hacemos con todo nuestro cuerpo —aunque no nos vean—. En muchos casos las palabras sobran, pues el discurso de nuestro cuerpo es totalmente elocuente.

Nos guste o no, todo comunica. Sin ser una lista limitativa, son importantísimos elementos como los silencios, las miradas, las sonrisas y las expresiones faciales. También lo son la vestimenta, los movimientos, y la forma en la cual reaccionamos ante situaciones imprevistas. Aquí vale la pena precisar que como en prácticamente todas las actividades, hay personas que tienen ese talento nato y otras que lo debemos trabajar para comunicar bien, en ambos casos, nunca está de más tener presentes estos elementos mínimos.

A manera de conclusión, es fundamental que exista congruencia entre el discurso y el lenguaje no verbal; porque si somos conscientes de nuestras emociones estaremos en la posibilidad de utilizarlas o transformarlas para estar más cerca de comunicar correctamente y así el planteamiento que hagamos sobre determinado tema, tendrá mayor oportunidad de ser comprendido y aceptado por la mayor parte de la audiencia, e incluso, asumido como propio —en un escenario deseable, hasta difundido—.

Salvador López Santiago

Es Licenciado en Derecho por la UNAM, Maestro en Ciencia Política por la UPAEP, Maestro en Derecho Electoral por la EJE del TEPJF y cuenta con estudios de posgrado en Derecho Parlamentario en la UAEMéx. Fue Consejero Electoral Distrital en el Instituto Federal Electoral (IFE) y en el Instituto Nacional Electoral (INE) durante los Procesos Electorales Federales 2011-2012 y 2014-2015, respectivamente. Asimismo, se ha desempeñado como asesor legislativo en el Senado de la República de noviembre de 2012 a la fecha, en la LXII, LXIII, la LXIV y la LXV Legislatura. Desde enero de 2020 es director editorial en Tempo, Política Constante.